por Vicent Masià
Introducción: el aprendizaje
Todas las personas desde que nacemos, cada día que transcurre lo convertimos en veinticuatro horas plenas de aprendizaje en el cual, como una esponja, vamos absorbiendo toda la información que se genera a nuestro alrededor sea nuestra actitud activa o pasiva frente a las circunstancias. Este proceso que se inicia desde el primer minuto de nuestra vida, contrariamente a lo que estiman algunos, no se detiene jamás y el conjunto de la sociedad que nos acompaña tiene una serie de mecanismos que nos ayudan a formarnos desde bebés hasta que adquirimos con el paso del tiempo una edad avanzada.
Al principio son nuestros padres quienes con su responsabilidad nos transmiten directa y paulatinamente las primeras lecciones, pasando poco después nuestro entorno escolar o el barrio donde vamos creciendo a complementar aquellos pasos iniciados por nuestros progenitores. Tras el paso de la niñez en donde empezamos a forjar nuestro carácter, llega una etapa convulsa como es la pubertad, periodo en el cual ya empezamos a reunir cierta experiencia que nos hace optar por elegir unas cosas u otras en función de nuestros gustos. El aprendizaje va dejando ya un poso en nuestro ser que con la adolescencia y la juventud se verá notablemente incrementado, adquiriendo con la madurez un nivel de estabilidad que puntualmente y, según sea nuestra vida, se verá ampliado con cuentagotas.
Todo ese nivel capacitivo que, en función de nuestras aptitudes, nos hace comprender las cosas, permitirá que nos adaptemos a ellas con menor o mayor rapidez y aceptarlas o rechazarlas en función de lo que nos cueste entenderlas.
Sabemos que cuando afrontamos la ejecución de una nueva tarea o empresa, por poco o por muy vista que la tengamos y por muy sencillo que hayamos comprobado cómo la hacen los modelos experimentados que empleamos como inspiración, no nos va a resultar nada fácil dominarla ni hacerlo bien a la primera. Todo reto en el cual nos aventuramos a entrar por atracción, deseo o capricho precisa de un periodo de acoplamiento, aprendizaje, conocimiento y perfeccionamiento para alcanzar ese grado de satisfacción que nos indica que somos maduros y hemos alcanzado el tope. En algunas ocasiones el encuentro es brusco, inesperado y nos damos de bruces con él aunque ya sabemos de su existencia, en otras el contacto es más sosegado y aflora porque nos ha cautivado y queremos realmente hacerlo, mientras que en otras es un descubrimiento del cual no sabemos nada.
El inicio dubitativo del fútbol en España
El fútbol español en su origen, como todas las cosas en esta vida, estuvo sujeto a un duro aprendizaje desde su inicio en el cual su ritmo de implantación fue sobre todo lento y disgregado a lo largo de nuestra geografía nacional. Este deporte practicado por millones de personas en la actualidad y seguido por muchos más, tuvo una génesis británica y ellos fueron gracias a las vicisitudes de la época quienes lo exportaron a todo el mundo. España no iba a ser la excepción y desde el último cuarto del s. XIX tenemos fe de ello en parte debido a la revolución industrial y en parte a nuestra deplorable situación económica, condiciones ambas que nos hicieron depender de su intervención en maquinaria, técnica y cómo no en financiación.
Aquellos británicos que se instalaron en nuestro país a principios o mediados de los años setenta de la España decimonónica a través de empresas o consorcios de empresas que iban a explotar yacimientos mineros, construir centros siderúrgicos, ferrocarriles, montar cable submarino o dedicarse a la importación o exportación de manufacturas mediante el empleo de las más conocidas rutas marítimas, trajeron con ellos sus costumbres y entre ellas un deporte desconocido aquí al que denominaban en lengua autóctona “football”. Sin embargo este deporte que llevaba varias décadas de práctica en el Reino Unido, aún con la regulación mediante una serie de reglas acordadas en distintos momentos, era joven y no estaba definido del todo, pues lo mismo aplicaba reglas atribuibles al football rugby como al football association, es decir, era un deporte que andaba en pañales y su reglamentación definitiva pendiente de un quórum generalizado.
Se puede decir, sin ningún temor a errar, que cada practicante en función de su lugar de origen aplicaba o convenía unas reglas al uso, de modo que si se enfrentaban equipiers de la misma zona no había debate ni problemas a la hora de concertar un encuentro y si lo hacían de distintos orígenes había que llegar a una entente porque no se aclaraban. Los británicos instalados en el suroeste andaluz o en cualquier otro punto del país no se escaparon de esta tendencia y hasta iniciada la década de los años noventa las reglas universales que había consensuado la I.F.A.B. no fueron aplicadas. Es decir, ellos también estaban aprendiendo y evolucionando en su conocimiento.
Pensar, con todos los respetos, que un grupo de ciudadanos británicos residentes por razones laborales en Minas de Riotinto, Huelva, Tharsis, Sevilla, Málaga, Vigo, Cádiz o Jerez de la Frontera jugase a fútbol moderno en 1873 o incluso antes es absurdo sabiendo que este, como deporte regularizado y con reglas comunes de obligado cumplimiento, no se concreta hasta 1886. En todo caso se trataría de fútbol primitivo donde existían cargas y otras influencias procedentes del football rugby. En este sentido y siguiendo con la misma línea argumental, también es absurdo creer que personas no relacionadas directamente en la elaboración de la reglamentación de este deporte como eran los distintos empleados residentes en España, se adelantasen a los expertos convocados por la I.F.A.B. en nada más y nada menos que trece años y además coincidieran todos en el sudoeste peninsular o en la ciudad gallega de Vigo. En realidad lo que harían a lo sumo y con la mejor de las intenciones es jugar a un fútbol arcaico en correspondencia a lo aprendido en las universidades o colegios y con reglas adaptadas por ellos mismos en función a lo que conociesen: era en definitiva fútbol primitivo en estado puro.
Hasta una década después y como hoy en día sabemos a través de la exhumación de documentos de la época, el fútbol debió ser un entretenimiento poco recurrido para cubrir parte de los ratos de ocio y además protagonizado por grupos muy reducidos que no alcanzaban un mínimo de veintidós equipiers dada la escasa población británica de los años setenta, siendo su práctica totalmente secundaria y fortuita en desventaja frente a otros deportes con más solera como el cricket y el remo, comenzando a despuntar coetáneamente otras disciplinas como el lawn-tennis.
1879. El fútbol llega a Madrid
Como un islote en el inmenso mar, en 1879 se abren las puertas de la villa y corte para la creación de una sociedad de deportes que albergue varias disciplinas para entretenimiento de sus miembros. La iniciativa, como era de esperar, parte de ciudadanos británicos residentes en la ciudad que, a imitación de lo que sucede en su tierra, desean exportar y poner en práctica sus costumbres en otras latitudes. Los implicados son un grupo reducido de británicos que contagian su fervor por el deporte a personas de la nobleza española residentes en Madrid muy vinculadas con las nuevas tendencias que proceden del Reino Unido, país inmerso en plena época victoriana y primera potencia económica mundial en aquel momento, dejándose seducir hasta tal punto de constituir en noviembre de 1879 el Cricket y Foot-ball Club de Madrid tras varios meses de gestación.
El Cricket y Foot-ball Club de Madrid es uno de los primeros clubs de España, sino el primero, con dedicación exclusiva a la práctica del fútbol como reza su nombre, aunque en realidad esta disciplina ocupa menos atención que el cricket, deporte por el cual sus socios tienen verdadera pasión y, de hecho, es su principal actividad. La gran importancia que históricamente adquiere esta sociedad es que, a diferencia del club fundado apenas un año antes en Minas de Riotinto o los movimientos contemporáneos realizados en Vigo, no se trata de un club social originado alrededor de una empresa donde sus integrantes son todos oriundos del Reino Unido los cuales desarrollan actividades que se enmarcan en un basto abanico que va desde el fomento de bailes de salón, juegos de naipes, lectura de prensa británica, celebración de días señalados relacionados con su lugar de nacimiento hasta excursiones, juegos al aire libre o en interior, sino que sus miembros en su gran mayoría son españoles.
La composición de la sociedad madrileña es muy selecta y queda restringida, aparte de los socios británicos, sus impulsores, a personas de la nobleza y cargos militares o políticos muy relacionados con la Casa Real, hasta el punto de ser el mismo Rey D. Alfonso XII quien se implica siendo elegido presidente honorario y convirtiéndose en valedor del proyecto deportivo cediendo el uso de la Casa de Campo para el desarrollo de sus actividades.
El Cricket y Foot-ball Club de Madrid tiene una gran relevancia en la historia del fútbol en España porque hasta la fecha, salvo nuevo descubrimiento, es el primer club constituido en España con dedicación al fútbol como una de sus actividades principales, un impulso que va acorde con lo que sucede en otros países europeos donde coinciden este tipo de iniciativas relacionadas con un deporte que está empezando a crecer y donde su divulgación y extensión entre la ciudadanía todavía camina entre pañales anticipándose en muchos años a lo que luego será un gran revulsivo social.
1880 – 1890. Primeros pasos del fútbol en el sur de España
Totalmente ajenos a lo ocurrido en Madrid, hasta 1881 según el testimonio de uno de los pioneros británicos en jugar al fútbol en España, el del escocés Daniel Young, este deporte era prácticamente inexistente y salvo ligeras pinceladas hechas públicas en algunos periódicos nacionales referentes a hechos ocurridos en el Reino Unido, el desconocimiento por parte de los españoles más bien era total. A partir de 1881 y gracias a la incorporación masiva de trabajadores británicos a las minas de Riotinto, las posibilidades de practicar fútbol se incrementan y es entonces cuando surgen los primeros grupos que muestran una predisposición incluso para sacrificar parte de su tiempo libre y trasladarse a otros puntos geográficos donde se empiezan a generar las mismas inquietudes. Alrededor de esa fecha tres localidades al unísono se convierten en viveros de equipiers: Minas de Riotinto, Huelva y Sevilla, siendo realmente imposible citar cual de las tres toma la iniciativa y es la primera, pues en las tres hay suficientes razones de peso para erigirse en cunas del fútbol.
Rio Tinto, denominación correcta en aquellos tiempos y por entonces pedanía de Zalamea la Real, es el espacio físico donde la empresa Rio-Tinto Company Limited realiza importantes extracciones minerales y donde se halla el núcleo con más población británica en la provincia onubense, siendo la capital Huelva donde reside la dirección de la empresa. La interrelación entre ambas comunidades al servicio de la misma empresa es obligatoria y la concertación de encuentros entre ambos grupos inevitable. De este modo tanto residentes en Minas de Riotinto pertenecientes al Rio-Tinto English Club originado en 1878 como residentes en Huelva marchan de una localidad a otra y viceversa. Sin embargo no son los únicos grupos que practican fútbol y también en Sevilla, sede de una importante comunidad británica asentada con anterioridad a la empresa minera, se localiza un grupo que se integra a la perfección en el círculo, estableciéndose una rutinaria rueda de encuentros en donde todos juegan contra todos, aunque en pocas ocasiones al año.
Tras la implementación del catálogo de reglas que imparte la I.F.A.B. en 1886, el fútbol adquiere otro nivel y comienza a ser un deporte más conocido no en el conjunto de España, sino por los residentes británicos que viven en nuestro país, en caso alguno ajenos a lo que sucede en su país de origen con el que mantienen estrechos lazos y del que permanecen expectantes con todo lo que allí ocurre. Fruto de estos lazos y de sus profundas raíces con la madre patria, a finales de los años ochenta no es difícil ver jugar a grupos de los tres núcleos donde se origina el fútbol, los mencionados Minas de Riotinto, Huelva y Sevilla, representando a las respectivas comunidades británicas de las localidades donde residen o llegado el caso, ante la falta de equipiers, mezclándose entre sí formando combinados para jugar unos contra otros.
Pero, ¿dónde se reúnen y en qué fechas? Es fácil pensar desde el punto de vista de la vida actual, que para concertar un encuentro en aquellos años bastaba con comunicarse entre sí y decidir para los contendientes una fecha válida del calendario. Sin embargo, este paso supuestamente tan sencillo, en la práctica no era fácil de llevar a cabo puesto que los compromisos de los trabajadores hacia la empresa que les pagaba eran firmes y la disponibilidad tanto de equipiers como de días hábiles para jugar era escasa. Si a estos factores unimos que las distancias a recorrer eran notorias y los medios muy diferentes en rapidez y comodidad a los del s. XXI, nos daremos cuenta razonando un poco que la disputa de partidos debió ser toda una hazaña.
A pesar de que en nuestras investigaciones no hemos podido determinar las causas que impulsaron a aquellas personas a concertar encuentros de fútbol, es más que probable que en su inicio se originaran alrededor de fechas importantes como el cumpleaños de la Reina británica u otras de fundamento religioso como la Navidad, fechas estas que en la cultura cristiana nos invitan a pasar cierto periodo de tiempo rodeados por nuestros seres queridos. Prueba de ello es la convocatoria que desde mediados de los años ochenta se realiza en Sevilla durante las fechas navideñas donde se dan cita los distintos grupos de Minas de Riotinto, Huelva y Sevilla para confraternizar y pasar unos días juntos lejos de su país en tan entrañables días.
La alargada sombra de la “Football League Championship”
La apuesta que hizo el fútbol británico con la redacción de las reglas de la I.F.A.B. fue muy seria y tras ella no había otra cosa sino unas profundas ganas por organizar un campeonato nacional en territorio inglés con un sistema competitivo ordenado y regularizado por normas de obligado cumplimiento por todos los participantes. Sólo faltaba consensuar a los clubs y elegir una fecha de partida, llegando ésta en la temporada 1889/90 cuando doce clubs ingleses deciden crear la “Football League Championship”, un torneo con encuentros a doble vuelta en donde se inscriben el Preston North End F.C. (1881), posterior vencedor y un conglomerado de sociedades donde se encuentran el Everton F.C. (1878) de Liverpool, el Blackburn Rovers F.C. (1875), el Wolverhampton Wanderers F.C. (1877), el West Bromwich Albion F.C. (1878), el Accrington F.C. (1876), el Derby County F.C. (1884), el Aston Villa F.C. (1874) de Birmingham, el Bolton Wanderers F.C. (1874), el Notts County F.C. (1862) de Nottingham, el Burnley F.C. (1882) y finalmente el Stoke City F.C. (1863) de Stoke-on-Trent.
El impacto que este campeonato futbolístico causa en todas las comunidades de origen británico alrededor del mundo es sensacional y repentinamente el fútbol empieza a desbancar de sus situaciones de privilegio a deportes tradicionales como el cricket que acabarán años después perdiendo la batalla en beneficio de este. El poder de congregación del fútbol y toda el aura que le rodea no tiene parangón a excepción del rugby, creándose en este instante el segundo punto de inflexión de la década tras las reglas de la I.F.A.B. en 1886.
El panorama español, a nivel general muy distanciado de lo que ocurre en otros países y más concentrado en resolver sus propios problemas que en ocuparse de actividades desconocidas y poco entendidas como es el fútbol, pasa totalmente de largo de estos acontecimientos a diferencia de otros países en una situación de bonanza económica más optima que la nuestra, pero por fortuna no todo en el suelo español es igual y la comunidad británica residente entre nosotros permanece atenta a lo que sucede en su tierra y se presta a seguir sus directrices.
En 1888 tan sólo existe un club con connotaciones futbolísticas en España, el Rio-Tinto English Club, pues ni en Huelva ni en Sevilla a pesar de su experiencia con esta disciplina aún no se han constituido sociedades de similares características, aunque no tardarán mucho en hacerlo. En el intervalo de tiempo que transcurre entre 1888 y 1890 ambas ciudades madurarán ampliamente su relación con el fútbol, pero como ahora veremos el camino escogido será notablemente distinto.
39 días
Una vez llegados al punto de distinguir qué ocurre previamente a 1886 y 1888 en las islas británicas y lo trascendental de estas fechas, es oportuno mirar hacia atrás y retomar las palabras del párrafo que encabeza este artículo: el aprendizaje. Los británicos instalados en la España de 1887-1889 saben perfectamente que existe un deporte denominado “football association” que es diferente del “football rugby”, tienen nociones del primero porque, mejor o peor, lo han practicado, están al día que presenta unas reglas universales avaladas por la I.F.A.B. y que lo que conocían hasta entonces ahora está en desuso, ha sido reglamentariamente modificado y hay que adaptarse a lo último olvidándose del fútbol de antaño.
Tras este importantísimo momento llega el siguiente paso en la cadena evolutiva: crear clubs que se adapten a las nuevas reglas y sean única y exclusivamente de fútbol.
Este paso que sería natural en cualquier sociedad de cualquier ciudad británica con cierto número de habitantes, en España y en concreto en las localidades con presencia de ciudadanos oriundos de las islas, muestra un serio contratiempo: se trata de núcleos cerrados con una población no excesivamente numerosa de distintas edades, aficiones, sexo -mayoritariamente masculina-, con trabajadores empleados en varias actividades y sobre todo, con personas que no sienten la misma pasión por el fútbol. Dos localidades que dan asiento a una empresa del mismo consorcio industrial, Rio Tinto Company Limited, son las candidatas a constituir un club de fútbol independiente: Minas de Riotinto, por ser el núcleo principal en el cual residen la mayor parte de los trabajadores y donde desde 1878 ya cuentan con un Club Británico, el Rio-Tinto English Club, que desarrolla actividades deportivas entre otras muchas y; en segundo lugar Huelva, la capital, por ser sede del staff de la empresa, en teoría la más idónea por su predisposición y facultades.
El staff de Huelva crea el 18 de diciembre de 1889 –luego será presentado en sociedad el día 23 del mismo mes- un Club Británico, pero no es de fútbol exclusivamente como hubiésemos sospechado a tenor de lo que se vive en el Reino Unido, sino multicultural y multidisciplinario pues en él tienen cabida actividades tan dispares como el excursionismo, los bailes de salón, cricket, foot-ball y sobre todo lawn-tennis, un deporte idóneo para estar en forma y matar el stress sin necesidad de intervenir muchos participantes. Ambas sociedades, el Rio-Tinto English Club y el Huelva Recreation Club, tienen miembros que han jugado al fútbol, lo han practicado en una localidad u otra y además han visitado ocasionalmente Sevilla donde reside otro núcleo importante de ciudadanos de su misma nacionalidad.
Como si de un título cinematográfico se tratase, 39 son los días que apenas separan la constitución de dos sociedades que jugarán a fútbol tras la gran influencia que les viene encima después de la disputa del primer Campeonato de Liga en Inglaterra y 39 días serán los que transcurrirán para ver nacer al primer club de fútbol en España.
El primer club de fútbol en España
Los antecedentes que se crean a lo largo de la década con la existencia de grupos que practican fútbol en Sevilla, Minas de Riotinto y Huelva más la oficialización del Campeonato inglés en la temporada 1888/89 sólo pueden terminar de una forma: con la constitución del primer club con dedicación expresa y exclusiva de fútbol, la del Sevilla Foot-ball Club acontecida el sábado 25 de enero de 1890.
Pero, ¿por qué nace el primer club de fútbol en Sevilla y no en Minas de Riotinto o Huelva donde ya existían miembros pertenecientes a un club que practicaban fútbol en el caso de los británicos riotinteños o lo habían practicado como el caso de los británicos onubenses, o en Madrid donde ya había un precedente? La respuesta es sencilla, pero antes debemos conocer la idiosincrasia de la sociedad británica hispalense:
Sevilla contaba desde finales de los años cincuenta del s. XIX con un reducido número de ciudadanos británicos que a través de navieras con pabellón español pero con capital insular se dedicaban a importar frutas, verduras, minerales y cereales a través de una línea que les unía con Liverpool preferentemente y con otros puertos importantes del sur. John Cunningham y Cía., participado por el importante grupo Robert McAndrews Ltd., era su máximo exponente hasta que en 1872 McAndrews & Company Ltd. y John Cunningham y Cía. se asocian para crear la naviera Miguel Sanz y Cía. Estas compañías atraen a una suma importante de británicos quienes en 1882 obtendrán un espaldarazo importante en número con la incorporación de la Seville Water Works Company Ltd., empresa suministradora de agua potable para el consumo humano.
Todas estas empresas se conocen entre ellas y sus empleados obviamente también, pero aunque entablen relaciones sociales y jueguen al fútbol juntos entre sí o frente a los grupos representantes de los británicos instalados en Minas de Riotinto o Huelva, para dar el paso de crear un club de fútbol y además dar respuesta a la pregunta anterior hace falta algo más, un mecenas. Y Sevilla lo tiene: Isaías White Méndez, único hijo varón de una familia de cinco hermanos hijos del ingeniero Isaías White, un inglés llegado a Sevilla en 1855 que formará sociedad con los hermanos Portilla, dueños de la forja La Maquinista, dando lugar a la potente industria de fundición Portilla & White, Cía.
El joven Isaías White Méndez, integrado en la sociedad británica sevillana la cual lleva varios años organizando encuentros en Navidad que les enfrentan a sus homónimos onubenses, es el promotor del Sevilla Foot-ball Club poniendo a su disposición su domicilio como secretaría, los terrenos aledaños a la fundición como campo de juego y parte de sus empleados -entre los que hay británicos y españoles- como jugadores a los que se sumarán otros de su entorno social. Como no puede ser de otra forma dentro de un club con claro e inconfundible aroma británico, presidente de honor es elegido el escocés Edward F. Johnston, residente desde 1871, biznieto del fundador de la naviera McAndrews & Company Ltd., vice-cónsul británico en Sevilla entre 1879-1906, uno de los tres directores en la capital hispalense de Seville Water Works Company Ltd. y uno de los cuatro propietarios de una naviera que era un imperio.
A diferencia de los clubs de Minas de Riotinto y de Huelva donde todo gira alrededor de la empresa minera Rio-Tinto Company Limited, o si se nos permite decir, casi todo, porque la capital onubense también es sede de The Huelva Gas Company Limited, importante en el devenir del Huelva Recreation Club, en Sevilla la dependencia respecto a una gran empresa -a pesar de la figura de Isaías White-, es mucho menor, puesto que entre sus miembros los hay procedentes de la Portilla & White, Cía., de la Seville Water Works Company Limited y de la McAndrews & Company Limited, además de otros miembros relacionados con el Círculo Mercantil.
Es decir, si en Minas de Riotinto y Huelva los clubs existentes orbitan y germinan desde una empresa para disfrute de sus empleados siendo casi todos ellos en un elevadísimo tanto por cien de origen británico, en Sevilla la dispersión es distinta y más repartida, pues son varias las empresas que suministran jugadores y dos las nacionalidades, repartidas al cincuenta por cien, las que toman el club. Esto supone una menor dependencia de una sola empresa y la abstracción respecto a otras actividades practicadas en los clubs onubenses para regocijo de sus integrantes que buscan además del deporte otros alicientes como aquellas relacionadas con su cultura, mientras que el club sevillano, cuya mitad son españoles, tiene cubiertas sus necesidades culturales y puede perfectamente consolidar una dedicación en exclusiva al fútbol.
El encuentro del 8 de marzo de 1890
La creación el 25 de enero de 1890 del Sevilla Foot-ball Club y la anterior del Huelva Recreation Club, sociedades que se sumaban al Rio-Tinto English Club, deparaba en el primer tercio de 1890 la existencia de tres clubs con posibilidades de jugar al fútbol. La disputa del primer encuentro reconocido en España entre dos entidades constituidas era cuestión de tiempo, máxime cuando el club sevillano había sido creado para tal fin a diferencia de los otros dos.
Cuando en el mes de febrero, apenas unas semanas de haberse constituido el Sevilla Foot-ball Club, el secretario de esta entidad invita amistosamente a su homólogo del Huelva Recreation Club a jugar un encuentro en la capital hispalense el 8 de marzo, en este partido confluyen varias de las circunstancias hasta este punto explicadas: se juega, a indicación del secretario hispalense, bajo las “Association Rules” -las de la I.F.A.B. de 1886-, lo que supone el primer encuentro conocido en el que ya no se juega “a la vieja usanza”, sino con las nuevas reglas, pero además uno de sus protagonistas es un club de fútbol, es decir, no un club o asociación recreativo-cultural como hasta entonces era habitual, un “football club” con todas las de la Ley como los que han surgido en Inglaterra y en ese preciso instante están disputando un Campeonato Nacional de Liga, algo que en España aún tardará tres décadas más en producirse.
El encuentro del 8 de marzo significa un adiós al fútbol primitivo y una bienvenida al fútbol moderno, pero también un deseo hasta entonces desconocido por extrapolar lo que sucede en el fútbol inglés a un territorio extranjero para algunos de ellos como es España. Quizás en esta decisión, aparte de la voluntad de los ciudadanos británicos tan ligados y pendientes por seguir lo que sucede en su país, exista también un trasfondo en la membresía española del club por imitar otras costumbres externas que son positivas y pueden ser aplicables para un país como el nuestro.
Los “protoclubs”
¿Los “proto”…qué?, puede que se pregunte quizás más de uno con cara de asombro. Como indica el diccionario que todos tenemos en casa, procedente del griego antiguo πρωτο- (proto-), -primero, primitivo- y del inglés club, -asociación fundada en torno a un interés común-, en este caso deportivo.
“Protoclub” es el término que hemos decidido emplear para definir a aquellas sociedades que dotadas de junta directiva y una aceptable estructura organizativa, fueron pioneras en la introducción del fútbol en nuestro país y por extensión, en cualquiera del mundo. Todos los “protoclubs” reúnen en un elevadísimo tanto por cien las mismas condiciones y se caracterizan por ser los primeros en cada una de las ciudades donde se desarrollan, cumpliendo una serie de pautas que por su condición de primerizos supondrán al cabo de un tiempo su desaparición -no siempre acompañada de disolución-, integración, diseminación bajo otra sociedad de sus mismas o diferentes características, o postergación de su actividad.
En el caso de los “protoclubs” de fútbol dentro de sus características encontramos que suelen nacer al amparo de una empresa grande o un entramado de diversas empresas, cuando no son nobles de alta alcurnia, sus fundadores son personas elitistas por su condición social o cargo y a la vez integrantes mayormente británicos de origen con algún español infiltrado por razones de mutua conveniencia, iniciándose alrededor de un reducido grupo con edades comprendidas entre los dieciocho y treinta y pocos años. Estas sociedades no consideran la conveniencia de inscribirse inmediatamente en el Registro de Asociaciones, es decir, son “alegales” hasta que lo hacen muchos más años después, su ámbito de acción es local o provincial, aunque en ocasiones las distancias son cortas y se extiende a varias provincias, mientras que su campo de juego lo proporciona gratuitamente o sufraga la empresa pagando los costes de alquiler, además de que el número de integrantes rara vez supera la veintena de practicantes y si se llega.
En cuanto a las pautas todos se originan de una forma rápida aunque sus miembros mantienen un sustrato deportivo al haber practicado con antelación otras disciplinas, tienen una ascensión que les hace presentarse en sociedad de forma pública o al menos entre círculos sociales elitistas, cuentan generalmente con el apoyo de los medios escritos -sobre todo a finales de siglo y si radican en capitales-, y dependiendo de su ámbito geográfico disputan encuentros frente a equipos formados al azar de carácter efímero, frente a tripulaciones de navíos extranjeros si poseen puerto bien fluvial o marítimo y en algunas ocasiones entre equipos del propio club en función de la cantidad de socios.
Los “protoclubs” en la España de finales del s. XIX
Todas las ciudades españolas con más de cien años de fútbol en sus anales, todas, sin excepción, tienen al menos un “protoclub”, incluso las localidades que tienen el honor de ser pioneras a la hora de introducir el fútbol tampoco son ajenas a este primer paso ineludible en la escala de aprendizaje y formación como no podía ser de otra manera. Como iremos viendo Minas de Riotinto, Huelva, Sevilla, Bilbao, Barcelona, Vigo, Las Palmas o Madrid tienen su “protoclub” o incluso varios de ellos, porque la madurez en cualquiera de las actividades que el ser humano desarrolle no le es innata, sino que debe practicarse, amoldarse, acoplarse y finalmente dominarse. Esto no es nada sencillo y un grupo de atrevidos jóvenes deseosos de quemar energía tras un balón por primera vez bajo las directrices de un club organizado no es suficiente currículum para asentar un deporte en una localidad. Para ello hacen falta más argumentos, más experiencia y sin duda más condiciones socioculturales si se quiere rematar la tarea con éxito.
Los primeros clubs dedicados exclusiva o parcialmente al fútbol fueron sólo eso, “protoclubs” que tenían voluntad de hacer las cosas bien pero a quienes las circunstancias imperantes no les dejaban prosperar, bien por falta de apoyo social en cuanto a número de elementos integrantes en el grupo o bien por sus compromisos con las empresas a las cuales se debían laboralmente. Basta recordar que eran otros tiempos, otras mentalidades y otra forma de vivir la vida, muy distante a la de hoy en día donde casi todo está al alcance en un mundo informatizado y globalizado.
Finalmente cuando sus miembros se cansan, finiquitan sus contratos en España, su edad no lo permite o la falta de incentivos en forma de ausencia de rival no aparecen, acaban abandonando la actividad o buscándosela en otras sociedades similares si existen. Como en cualquier campo, existen excepciones a la regla y en determinados casos la mayoría de los integrantes son españoles además de que su origen no es una empresa extranjera, pero en lo que sí coinciden todos y cada uno de ellos es que al cabo del tiempo su semilla germinará posteriormente dando un fruto en forma de clubs más modernos y fieles a la legalidad española a todos los efectos.
Aquellos pioneros del s. XIX eran en su inmensa mayoría extranjeros, británicos principalmente y escoceses esencialmente dentro de estos, porque si algunos trajeron el fútbol a España no fueron los ingleses como desde hace cien años se viene comentando machacona y erróneamente hasta hoy, sino los escoceses, una comunidad a la que hay que hacer justicia porque fueron ellos quienes detrás de un pico, una pala, una aguja, un cable telegráfico, un barco de vapor, una lámina de acero o un vagón de tren daban pataditas a una pelota cuando el tiempo se lo permitía.
Los “protoclubs” del s. XIX, nacidos todos ellos bajo la incertidumbre de ser inconscientes de cuánto tiempo van a perdurar, tienen la virtud de los valientes cual es ser osados y atrevidos en sus inquietudes u obras, haciendo las cosas por amor al deporte, en este caso el fútbol, con absoluto amateurismo y con la convicción que mueve a los higienistas, “mens sana in corpore sano”, convirtiéndose en el nexo que une los grandes clubs españoles actuales con el fútbol británico, los padres del invento del cual estamos prendados.
España: tierra hostil para los “protoclubs”
La vida de un “protoclub” es siempre corta, muy corta en ocasiones y su brevedad no es azarosa ni caprichosa sino que obedece a su condición de pionero, un estigma con el que debe de cargar desde su nacimiento y con el que ineludiblemente vivirá hasta una desaparición que será silenciosa, casi imperceptible, que llegará sin dar aviso y sin ser jamás publicitada. Esta condición, innata en todos ellos, es el alto precio que deben pagar aquellos que se adelantan a su tiempo al irrumpir repentinamente en medio de una sociedad que no les entiende, se escandaliza y no está preparada para asimilar un juego que desconocen y les resulta en demasía extraño. Entender esto bajo la óptica del s. XXI puede ser hasta cierto punto complicado, con lo cual, necesariamente hemos de hacer un pequeño esfuerzo y trasladarnos imaginariamente a aquellos tiempos con el fin de tener una visión más amplia de en qué medio surgieron los primeros “protoclubs”, cuál era su entorno y en qué condiciones sociales tuvieron que moverse para abrirse paso.
La aparición de los “protoclubs” en la España decimonónica siempre se da lugar insertada en una burbuja cultural que los aísla del resto de la sociedad, un estrato social propicio para sus intereses en el que pueda nutrirse y desarrollarse guarnecido de la incomprensión y de la incalculable impresión que pueda causar en quienes les observan y desconocen sus actividades. Este idóneo caldo de cultivo lo forman comunidades cerradas, selectas socialmente, enraizadas en una empresa donde hay vínculos entre sus miembros o en una entidad deportiva dedicada a otra disciplina con medios económicos para adquirir uniforme, botas, balones y sobre todo, con personas amantes del sport, cultura de lo que esto significa y tiempo libre para poder ejercerlo.
Un “protoclub” nunca surge en las capas bajas de la sociedad que forman los trabajadores de a pié, de un barrio, medio rural o de una calle común porque primeramente no existe en España el conocimiento a nivel popular de este novedoso deporte y luego las condiciones asociadas que han de reunirse para su práctica les aleja de ellos. Sólo el uso de pantalones cortos ya hiere la sensibilidad de muchos, así que ver a veintidós jóvenes o no tan jóvenes corriendo tras un balón en paños menores, sudorosos, dándose patadas y algún que otro empujón, con discusiones acaloradas o más tenues no son virtudes muy bien vistas que digamos para la gran mayoría de españoles de aquella época, acostumbrados a esforzarse en el trabajo para poder comer y no en destinar el escaso tiempo de ocio del que disponen en estos menesteres.
Si a todo ello unimos que los introductores de este deporte son extranjeros y además procedentes del Reino Unido, un país tradicionalmente con no muy buenas relaciones con España por cuestiones fundamentalmente políticas y secundariamente culturales y religiosas, comprenderemos por qué el inicio del fútbol en España se hace de rogar y por qué la sociedad española en general tarda tanto en rendirse bajo sus pies.
El camino repleto de espinas de los “protoclubs” británicos
Si las premisas que se dan lugar entre la sociedad española no son las más adecuadas para la implantación del fútbol, las de la sociedad británica, pese a ser las únicas que lo pueden sustentar, tampoco resultarán ser finalmente las más idóneas. Los “protoclubs” británicos en suelo español, nacidos siempre alrededor de una gran empresa o varias empresas, están siempre compuestos por empleados ubicados en las más altas esferas de las directivas y en menor grado por empleados rasos, existiendo excepciones como la presencia de algún español entre sus filas relacionado directamente con los puestos de mando. Estos empleados, en teoría quienes más facilidades tienen para llevar los destinos de la sociedad por su edad, situación económica, cultura y educación, son al mismo tiempo los únicos que la componen y en el caso de realizar viajes a otras ciudades de su entorno, quienes pueden costearse de sus propios bolsillos los portes, dietas y estancia. Ellos serán quienes inicien estos “protoclubs”, los mantengan y gestionen durante los tiempos de apogeo hasta que se topen con varios problemas derivados todos por causas laborales, de implicación, preferencia y de número.
Los socios de un “protoclub”, como empleados que son, se deben a la empresa siempre antes que al club, un componente secundario y prescindible a pesar de su innegable labor social, siendo el promedio de estancia en nuestra tierra no muy prolongado -solían firmar contratos por dos años-, es decir, se trata de ingenieros o trabajadores de paso en busca de fortuna o experiencia para relanzarse en su país, aunque algunos con más fortuna y plaza asentada vivirán en nuestro país hasta el final de sus vidas, incluso contrayendo matrimonio con esposas españolas. Su implicación con el club tampoco será la misma en todos los casos ya que los hay muy involucrados que permanecen en varias directivas por llenarles emotivamente, mientras otros, con menor pretensión o de paso, acudirán por compromiso, ocasionalmente o casi nunca al igual que sus gustos también son variados, existiendo quienes sólo practican cricket, quienes se decantan por el fútbol, por ninguno de los dos y si por el lawn-tennis, por todos, por ninguno o por otro tipo de actividad.
Pero el principal inconveniente será el de cantidad: las comunidades británicas en sus ciudades de acogida no son muy numerosas y entre ellas se encuentran personas de ambos sexos y además de distintas edades, comprendiendo a niños y adultos, lo cual reduce enormemente su campo de acción puesto que no todos pueden jugar a fútbol -nuestra disciplina-, no todos tienen edad para ello y a no todos les atrae, están disponibles, pueden, quieren o les apetece jugar a fútbol y desplazarse a otras localidades si se dan las circunstancias.
Todas estas premisas que atañen a la propia idiosincrasia de las colonias británicas y sus clubs, sean multiculturales o exclusivamente de fútbol, tan alejados y escasamente integrados en la sociedad española en unión a un territorio que se les muestra hostil por su falta de tacto con lo español, lo de aquí de toda la vida, lo nuestro, hará que estas sociedades queden paralizadas en el tiempo por una presunta falta de actividad, dejen de funcionar y en el mejor de los casos algún que otro miembro continúe su trayectoria deportiva en otro tipo de sociedad o siga practicando deporte en solitario, pero alejado del club.
La falta de profesionalización de los “protoclubs”
Cuando en 1886 las cuatro Federaciones Británicas establecieron las reglas definitivas por las cuales el fútbol debía regirse, esta decisión cambió en gran parte el panorama existente hasta entonces abriéndose un nuevo horizonte para los clubs presentes en el Reino Unido que dio paso, en 1888, a la creación del primer campeonato bajo el formato de Liga que se organizaba en el mundo, la “Football League Championship”, torneo con doce clubs disputado en Inglaterra durante la temporada 88/89 cuya Federación fue, de las cuatro británicas, la pionera en este sentido.
Tal hito deportivo tuvo gran trascendencia tanto en el Reino Unido como fuera de este, donde muchos súbditos de este país andaban ocupados en menesteres laborales, militares, comerciales o políticos. La noticia corrió como la pólvora y este deporte de repente se convirtió en la disciplina de culto entre todos los ciudadanos oriundos de las islas que deseaban imitar y reproducir en sus nuevos destinos parte de un hecho que les recordaba su tierra. España, con presencia de británicos en aquellas localidades donde podían sacar sustancioso provecho, no fue ajena a esta tendencia y casi de inmediato desde las principales colonias fabriles se sumaron sujetos que deseaban pelotear en sus ratos de ocio como lo hacían sus compatriotas. Las diferencias entre los de aquí y los de allí eran muchas, casi insalvables en aquellos instantes, pues mientras cuando en las islas existía una cultura deportiva arraigada en colegios, universidades e incluso a nivel popular, en la península poco existía a nivel deportivo y si algo había era practicado por estratos sociales elitistas.
Emigrantes en un país con evidente falta de base deportiva como era España y empujados por el éxito que estaba teniendo la disputa de la primera Liga de fútbol en el Reino Unido, los empleados de las compañías británicas instaladas en el suroeste andaluz sintieron la necesidad de practicar un deporte que estaba erigiéndose como el más popular en su país desbancando a deportes más tradicionales como el cricket, lawn-tennis, squash o el rugby. Pero, ¿dónde podían ejercer esta actividad si en España no había clubs deportivos que practicasen esta disciplina al ser totalmente desconocida? La única posibilidad era hacerlo en su propio entorno cultural: en los clubs. El primero en reunir a un grupo de practicantes fue el Rio-Tinto English Club, sociedad fundada años antes en 1878, mientras segundo fue el Huelva Recreation Club, una entidad de recreo nacida a finales de 1889 justo tras el estreno del primer campeonato de Liga inglés, surgiendo en tercer lugar y casi a la par que el club onubense el Sevilla Foot-ball Club, una sociedad que a diferencia de las dos anteriores tenía como único objetivo dedicarse a la práctica exclusiva de fútbol. En un intervalo de entre dos y tres años después se crearán otras sociedades como el Club Atleta de Astilleros del Nervión de Bilbao, la Sociedad de Foot-ball Barcelona -otro club dedicado exclusivamente al fútbol-, el Exiles Cable Club en Vigo y el Sky Foot-ball Club en Madrid, también con el fútbol como único protagonista.
Todas estas sociedades perdurarán poco tiempo en activo dentro de su cometido futbolístico pues todas ellas son amateurs, están formadas por personas cuyo trabajo precisa una implicación y dedicación total, son pioneras en esta disciplina en un medio donde apenas hay rivales a los que enfrentarse y fundamentalmente son sociedades con un espíritu esencialmente deportivo, no competitivo, un rango que se alcanzará en las décadas posteriores. En estas sociedades el principal detonante es la distracción de sus miembros, socios que hacen a la vez de jugadores y directivos, todos ellos con trabajos dependientes y en donde el fútbol es un pasatiempo, dándose la circunstancia en muchas ocasiones de faltar socios para completar un once con el cual enfrentarse a un rival, es decir, son sociedades muy reducidas en número y tremendamente condicionadas a este límite.
La suma de todos los condicionantes en las líneas anteriores descritas nos lleva inexcusablemente a una conclusión: se trata de sociedades no profesionales. A diferencia de los clubs británicos creados en los años setenta y principios de los ochenta dedicados al fútbol exclusivamente donde existe una estructuración y organización muy marcada, los directivos hacen de directivos y los jugadores de jugadores, siendo estos últimos profesionales y por ende, cobrando, los clubs británicos en España o los integrados plenamente por españoles no lo son y en ningún momento dan este paso tan importante que puede asegurar su continuidad. Son las entidades en suelo español mucho más sencillas donde no se perciben remuneraciones, donde no hay obligaciones, ni Liga en la cual competir, ni tan siquiera adversarios a su misma altura. Estas sociedades radicadas en España para poder mantener su actividad han de enfrentarse a sí mismos o concertar encuentros con tripulaciones británicas de paso que atracan en los puertos andaluces, catalanes, vizcaínos o gallegos, es decir, están condenadas a extinguirse por falta de rivales, el único fin de este deporte cual es enfrentar a dos equipos uno frente al otro.
De este modo constatamos mediante la consulta de la prensa o archivos históricos cómo no se habla grosso modo del Rio-Tinto English Club, del Huelva Recreation Club y del Sevilla Foot-ball Club a partir de 1893, como tampoco hay mención del Club Atleta en Bilbao tras 1895 y cómo tampoco la hay con la Sociedad de Foot-ball de Barcelona tras 1896. Las únicas referencias en estas localidades son encuentros entre marineros disputados en el Velódromo bajo el auspicio del Seaman’s Club Institute en Huelva a partir de 1897, encuentros en el Hipódromo de Lamiaco junto a Bilbao a partir de 1898 por miembros relacionados con la Sociedad Gimnástica Zamacois ó encuentros en el Velódromo de Bonanova en Barcelona con miembros del Club Inglés de aquella ciudad también en 1898.
El “protoclub” de Minas de Riotinto
Cuando inicialmente los socios empleados de la Rio-Tinto Company Ltd. fundaron en 1878 el Rio-Tinto English Club en la localidad onubense de Minas de Riotinto, no eran conscientes de que acababan de originar la base de un “protoclub” ni de que era el primero que practicaba un deporte tan novedoso como el fútbol en España. Su idea principal y fundamento para asociarse era crear un centro común donde canalizar una serie de tradiciones que les unían como pueblo y que no deseaban perder en modo alguno al hallarse en tierra extranjera. Todo lo que desde el inicio construyeron y estuvo en sus manos fue fiel a su estilo y a su cultura británica, nada podía ni debía entorpecer su camino y así en sus mentes la posibilidad de registrarse conforme a la legislación española que proporcionaba herramientas como el Registro en el Gobierno Civil ni se contemplaba siquiera.
La práctica del fútbol desde el antiguo poblado de La Mina, una de las primeras y entre otras muchas de diversa índole de esta sociedad multidisciplinaria, a finales del s. XIX era una de las más importantes y la que más adeptos tenía por su atractivo. En 1901 y anticipándose en unas semanas a la publicación del Real Decreto, de 19 de septiembre (Gazeta de Madrid de 20 de septiembre), el Rio-Tinto English Club al fin queda inscrito en el Registro de Asociaciones el 16 de agosto, quedando regularizada su situación conforme a la legalidad española.
Recién traspasado el s. XX, el carácter omnipresente de la empresa minera en la ciudad, su poderío y la homogeneidad de su único club ocasionan que -a diferencia de otras ciudades que posterior o coetáneamente atraviesan por circunstancias similares-, su sección de fútbol no consiga independizarse y se constituya y registre como club autónomo pese a existir desde hace años. Así el Riotinto Foot-ball Club, exclusivo para británicos, permanece íntimamente ligado a la empresa y tanto monta como monta tanto hasta años después. La creación de la F.E.C.F. en 1909, de la R.F.E.F. en 1913 y los movimientos en su ámbito geográfico para la definitiva constitución de la Federación Regional del Sur, harán que desde y con la inestimable ayuda de la empresa surja en 1914 otro club, en esta ocasión formado por españoles, el Balompié Riotinto, es decir, la otra cara de la moneda pues si el anverso es el Riotinto F.C. el reverso lo es el Balompié Riotinto. La sección española de la empresa, presidida curiosamente por el británico Robert Wilson, se registra y federa casi de inmediato en la R.F.E.F., compitiendo en los torneos locales o comarcales del Andévalo y en los regionales de la Federación Regional del Sur hasta que en 1932 las dos caras de la moneda, Riotinto F.C. y Balompié Riotinto caigan en la cuenta de que son prácticamente lo mismo y se fusionen adoptando el nombre de Riotinto Balompié.
Los “protoclubs” de Huelva
Nacido en el mismo caldo de cultivo que el “protoclub” de Minas de Riotinto, la empresa Rio-Tinto Company Ltd., la mayor entidad de la capital onubense y la presencia de ciudadanos británicos sin relación alguna con la gran compañía minera, propiciarán que a la receta se una un nuevo ingrediente y a la vez importantísimo catalizador que facilite una identidad distinta a la de la localidad del Andévalo: Charles W. Adams, un ingeniero escocés llegado a Huelva en 1879 como representante máximo de la empresa The Huelva Gas Company Ltd., suministradora de gas en el alumbrado para sustituir el tradicional petróleo. Adams, relevante atleta y consumado aficionado al deporte, quien traza una gran amistad con el hispano-alemán Wilhem Sundheim y el reducido staff de la Rio-Tinto Company Ltd. instalado en la ciudad entre el cual el doctor William A. Mackay es miembro destacado, consigue como promotor en diciembre de 1889 fundar el Huelva Recreation Club, quien aunque de inmensa mayoría británica contiene algunos distinguidos miembros españoles.
Esta sociedad nace, según aparece anunciado en prensa, con el propósito de amenizar el ocio de la importante comunidad británica de la ciudad, dedicándose según consta en sus estatutos a fomentar el excursionismo, los bailes de salón y el sport, actividad esta última entre la cual existen disciplinas como el cricket, lawn-tennis y el fútbol. Tanto el cricket como el fútbol precisan de espacios de grandes dimensiones y las instalaciones anexas a la fábrica de gas serán las más apropiadas para este tipo de acontecimientos, siendo Adams el alma mater de la institución al ser quien se ocupe de organizar encuentros, quien viaje o escriba para contactar con comunidades británicas de otras ciudades, el secretario en definitiva. Cuando la Rio-Tinto Company Ltd. construye en 1892 el campo de deportes dentro del programa de conmemoración del 400º Aniversario del Descubrimiento -el Velódromo- y lo cede al club, a Adams se le acaba el protagonismo y aunque sigue siendo el presidente, la inercia del club ya no es la anterior y no es lo mismo que el club esté en manos de un industrial como Adams, con muchas horas de dedicación, que en manos de una industria, aunque suene parecido.
Paralelamente a estos acontecimientos, en 1889 la Rio-Tinto Company Ltd. inicia la construcción de un centro en la ciudad dotado de escuela y templo que se inaugura en 1891. Dicho complejo, el denominado Huelva Seaman’s Institute, es la obra social de la empresa y su edificación sirve para acoger tanto a los hijos del staff minero como a los marineros británicos que quedan desembarcados en el puerto, bien por enfermedad o por cualquier otro motivo, funcionando a la par como casa de reposo tanto para convalecientes como para marineros que una vez dados de alta por la clínica que dirige desde 1887 el doctor William A. Mackay, esperarán pacientemente el momento adecuado para regresar a su hogar. El Huelva Seaman’s Institute es dirigido por misioneros protestantes y un reducido grupo de personas vinculadas a la empresa minera, rigiéndose por las instituciones benéficas British and Foreign Sailor’s Society y British Bible Society, ambas con sede en Londres, aunque pastoralmente dependen del obispo anglicano de Gibraltar.
A finales de 1896 y después de tres años durísimos donde la actividad del Huelva Recreation Club desciende paulatina y considerablemente hasta el punto de no haber apenas movimiento limitándose sus funciones a organizar encuentros para y entre marineros, su hasta entonces presidente Charles W. Adams documenta el 29 de noviembre el traspaso del club al Huelva Seaman’s Institute para que sea la institución benéfica -en aquel momento un puntal dentro de la sociedad británica onubense- quien se haga cargo del club recreativo pues para ella trabaja. William A. Mackay, uno de los principales miembros de la cúpula directiva del Huelva Seaman’s Institute y socio del club recreativo, recoge el testigo y el Instituto pasa a tutelarlo creando una comisión deportiva -hasta la fecha inexistente- en 1897 que actúa como un segundo “protoclub” en la ciudad. El Seaman’s Institute a partir de ese año se encarga de organizar encuentros deportivos de distinta índole en el Velódromo como terapia y valor higiénico para recuperación mental y físicamente a los marineros enfermos, sin trabajo, sin barco o simplemente sin nada frente a los navíos que llegan del Reino Unido o de otros lares que sepan jugar al fútbol, pero curiosamente aunque actúan como un club a través de sus directivos, carecen de plantilla de jugadores y nunca actúan bajo este nombre frente a otras sociedades recreativas o exclusivamente deportivas.
El 20 de enero de 1903 y tras casi seis años de actividad deportiva en el Seaman’s Institute, la unión entre el “tutelado” Huelva Recreation Club y el “tutor” Huelva Seaman’s Institute queda disuelta ante el ánimo de William A. Mackay de recuperar la independencia del club recreativo e iniciar una segunda etapa que le pueda llevar a participar en el Campeonato España. Sin embargo, la reorganización del club no es tan rápida como lo deseable y el Campeonato de España se disputa con anterioridad, surgiendo en la prensa onubense y concretamente el 30 de abril una gran presión para que su vuelta sea cuanto antes. Dicho y hecho el Huelva Recreation Club redacta nuevos estatutos el 15 de mayo y queda inscrito en el Registro de Asociaciones el 18 del mismo mes cumpliendo los requisitos legales del Real Decreto, de 19 de septiembre de 1901 y de la Real Orden Circular, de 9 de abril de 1902.
El “protoclub” de Sevilla
El carácter fluvial del puerto de Sevilla, distante al mar en cien kilómetros y a salvo de contrabandistas o de ataques externos, fue clave para que la Corona de Castilla le adjudicase el monopolio en exclusiva de la Carrera de Indias, siendo este vital para su desarrollo. Sin embargo la falta de calado, sinuosidad y limitación a unos navíos con cada vez más tonelaje acabaron en 1717 por cerrarles las puertas en beneficio del puerto de Cádiz, decisión que supuso sumir a la ciudad hispalense en una gran depresión económica que le hizo perder la mitad de sus habitantes y tardar algo más de siglo y medio en recuperarse.
A partir de 1850 la Revolución Industrial empieza a hacer mella y en la ciudad aparecen tímidos intentos de industrialización, propiciando además la atracción de navieras británicas interesadas en importar los productos alimenticios que proporciona el fértil granero andaluz. En 1859 se establece Robert MacAndrews & Company Ltd. a través de su testaferro John Cunningham, iniciándose la exportación hacia los puertos de Liverpool y Londres que ocasionarán la creación de la naviera Miguel Sanz y Cía. en 1861 y la instalación definitiva en 1873 de la poderosa MacAndrews & Company Ltd. escocesa. La presencia escocesa y por ende británica en Sevilla cada año es más palpable, siendo más notable en 1882 cuando empresarios de esta nacionalidad crean la Seville Water Works Company Ltd. E.&A., suministradora de agua potable tras canalizarla procedente de los Caños de Carmona y con gran presencia de trabajadores ingleses en su plantilla.
No son los únicos británicos residentes en la ciudad y con anterioridad, desde 1855, el ingeniero inglés Isaías White está ya domiciliado, formando en 1856 junto a los hermanos Portilla la que se convertirá en gran empresa siderúrgica Portilla y White, Cía., especialista en forja de cañones para la armada, rejas, máquinas a vapor y todo lo relacionada con la forja y fundición, trayendo consigo un reducido séquito de operarios originarios de las islas para la dirección técnica. El encuentro entre todos los británicos durante las décadas de los años setenta y ochenta decimonónicos es inevitable, estableciéndose relaciones comerciales entre ellos con sectores tan íntimamente ligados como la fundición, la exportación de enseres, los barcos y tuberías junto a máquinas de vapor.
En medio de una sociedad británica que se precie y más si cabe inmigrantes en otro país, además de las relaciones laborales figuran las sociales, siendo la tierra sevillana idónea por su clima para prácticas deportivas tan arraigadas en el Reino Unido como el remo, modalidad que en 1875 ya cuenta con un representante, el Club de Regatas de Sevilla formado por británicos y españoles a partes iguales que desaparece en 1883, la Sociedad Sevillana de Regatas creada en 1876 compuesta únicamente por españoles que cesa su actividad en 1886 y en tercer lugar el Seville Rowing Club creado en 1889, una sociedad mixta británico-española que se mantendrá en activo durante muchos años. Este no muy numeroso grupo inicial de británicos cuenta en 1879 con un club de criquet y a partir de 1882 se verá incrementado con los operarios procedentes de la Seville Water Works Company Ltd. E.&A., ampliándose el margen de maniobra y las posibilidades de realizar más actividades de forma conjunta.
A mitad de los años ochenta de la Sevilla decimonónica, el fútbol en el Reino Unido, sobre todo en Escocia, es un deporte ya asentado que empieza a concentrar a un elevado número de practicantes y sobre todo de masas que siguen su evolución. Es el deporte de moda y tanto en colegios como en institutos se convierte en una actividad que forma parte del programa docente de educación física, algo en lo que España se encuentra a años luz. El núcleo de residentes británicos en Sevilla muestra una gran devoción por el deporte y así vemos como practican remo en verano y fútbol en invierno, disputándose varios encuentros entre temporada y sobre todo los muy entrañables de Navidad en los que se citan todos en señal de confraternidad frente a los grupos británicos que la Rio-Tinto Company Ltd. tiene en las localidades onubenses de Minas de Riotinto y la capital Huelva. En estos encuentros, dependiendo del número de congregados, lo mismo se enfrentan unos contra otros en nombre de la localidad que representan, como combinados de unos y otros contra terceros según las circunstancias les obliguen.
La práctica de este deporte cunde tanto en algunos miembros británico-sevillanos, muchos de ellos enrolados en el Círculo Mercantil, que el 25 de enero de 1890 constituyen el Sevilla Foot-ball Club, sociedad presidida por el vice-cónsul y a la vez representante de la naviera MacAndrews & Company Ltd. como también director de la Seville Water Works Company Ltd. E.&A., Edward F. Johnston y conducida por el joven Isaías White, su alma mater, teniendo como campo de juego los terrenos adyacentes a la fundición de la que este último es hijo de uno de los copropietarios. El Sevilla Foot-ball Club se convierte en el primer club en España confeccionado expresamente para la práctica de esta modalidad deportiva y es el “protoclub” local por excelencia, aunque en la ciudad no cuenta con el favor de la prensa quien en momento alguno refleja sus andanzas, al contrario que ocurre en Huelva o pocos años después en Bilbao, Madrid o Barcelona donde sí se muestran más sensibles a hechos de estas características.
La plantilla sevillana, toda ella integrada por trabajadores relacionados con las distintas empresas británicas tanto de origen británico, español o hispano-británicos de primera generación, concierta el 8 de marzo de 1890 un encuentro frente al Huelva Recreation Club, sociedad fundada apenas treinta y nueve días antes en lo que se considera el primer partido disputado por dos clubs constituidos en España, aunque con la matización de que ambos estén integrados mayoritariamente por británicos y uno sea un club de recreo que practica fútbol, el onubense y el otro sea un club de fútbol exclusivamente, el sevillano. El “protoclub” hispalense, dada la procedencia de sus integrantes y la no obligatoriedad, no opta por inscribirse en el Registro del Gobierno Civil, lo que le convierte en “alegal” e inadvertido para las autoridades españolas, discurriendo su vida deportiva de forma azarosa frente a los clubs onubenses y sin apenas más rivales en la zona que compartan su dedicación.
Tras las épicas y trágicas inundaciones que asolan la ciudad en marzo de 1892 las cuales arrasan el barrio de Triana y afectan a Portilla & White, Cía. y su campo de fútbol, apenas más se sabe de las prácticas de estos muchachos, localizándose a varios de ellos en el Seville Rowing Club. Durante los años siguientes no hay noticias en prensa sobre fútbol, pero sí de gran parte de sus miembros que siguen remando en el Seville Rowing Club y practicando gimnasia durante la campaña veraniega durante unos años, volviéndolas a tener en 1900 cuando hay constancia de actividad futbolística en La Trinidad y en el Prado de San Sebastián protagonizada por miembros pertenecientes al Círculo Mercantil, actividad que ya no se abandona. La gran relación de este grupo de pioneros con la sociedad hispalense de principios de siglo asentada alrededor del Círculo Mercantil e Industrial junto a la resonancia en toda España que están teniendo los torneos anuales que se dilucidan en Madrid, propiciarán que el 14 de octubre de 1905 cristalice definitivamente la oficialización del Sevilla Foot-ball Club conforme al Real Decreto, de 19 de septiembre de 1901 y a la Real Orden Circular, de 9 de abril de 1902, sociedad presidida por José Luís Gallegos que queda registrada conforme la legalidad española.
Los “protoclubs” de Bilbao
Cuando en 1841 el gobierno dispuso eliminar las aduanas interiores de España y trasladarlas a la costa, nuevos horizontes comerciales se abrieron para los industriales vizcaínos quienes, a partir de entonces, dejaban de pagar impuestos a Castilla por vender el hierro que desde el fértil yacimiento de Somorrostro había enriquecido a varias familias bilbaínas. Esta medida junto a la liberación de las colonias españolas en Sudamérica provocó que los puertos de Cádiz y Santander perdieran parte de su peso y Bilbao, mucho más dinámico, empezase a relacionarse con los principales puertos europeos. Algunos de ellos como Londres y Liverpool en representación de los británicos, vieron un campo abierto para exportar al Caribe y Sudamérica, tierras hasta entonces vetadas por los aranceles, estableciéndose suculentos convenios entre los británicos y los vizcaínos que derivaron en la constitución de importantes navieras anglo-bilbaínas en las cuales los británicos ponían el capital y los vizcaínos la tripulación.
La carestía del carbón asturiano y el bajo precio del británico, hicieron que los barcos anglo-bilbaínos partiesen al Reino Unido cargados de hierro transformado y volviesen a Bilbao cargados de carbón, unos viajes muy rentables. A tan buena relación se unió la apertura del Gobierno español hacia las inversiones extranjeras, consiguiéndose desde 1871 los primeros acuerdos con grupos británicos, franceses y en menor medida belgas para la explotación de los yacimientos mineros de hierro y la implantación de una industria siderúrgica moderna, claves para empezar a importarse maquinaria británica con vistas a relanzar la alicaída industria siderúrgica vizcaína. Junto a las máquinas venían un gran número de técnicos y trabajadores, convirtiéndose Bilbao en la auténtica embajadora británica en España con unos registros asombrosos que en 1885 proporcionaban el paso de más de sesenta y cinco mil marineros procedentes del archipiélago por el puerto bilbaíno, ciudad que reunía ya a una considerable colonia británica.
Recordando la descripción expuesta en el encabezamiento de este artículo sobre lo que es un “protoclub”, en el caso bilbaíno no iba a ser de otra forma y tras el amplio curriculum que almacenaba la histórica villa, al albergue de una compañía con una notable presencia de británicos iba a desarrollarse su primer “protoclub”: el Athletic Club ó Club Atleta de los Astilleros del Nervión, porque los componentes de la empresa no eran solamente súbditos de la reina Victoria, sino también vizcaínos a partes iguales. Los británicos añoraban su tierra, pero también el fútbol y organizados en 1892 solicitaron permiso para jugar en el complejo deportivo de Lamiako, propiedad privada donde existía un hipódromo perfecto para sus intereses en el cual jugaban a menudo y contaban con la admiración tanto de la chiquillería como de los miembros de la Sociedad Gimnástica Zamacois, una sociedad higienista en la cual la alta burguesía mantenía en forma cuerpo y espíritu.
La atracción de los bilbaínos por aquel deporte fue total y en 1894 se produjo el primer envite en el cual los extranjeros salieron cómodamente victoriosos. Los eventos de 1892 y 1894 fueron recogidos por la prensa y pronto Lamiako fue conocido como “la campa de los ingleses” en honor a la procedencia de los futbolistas que allí se citaban continuamente -también por la existencia de un cementerio protestante-, sumándose a partir de entonces los bilbaínos a su práctica. La Sociedad Gimnástica Zamacois era una entidad polideportiva de donde salieron multitud de atletas y que en 1912 se fusionaría con otras dos entidades, la Federación Atlética Vizcaína y la Educación Física para dar lugar al Club Deportivo, una histórica entidad todavía hoy en vigor. Sin embargo y antes de todo esto, algunos miembros de la Zamacois no dudaron en abandonar el gimnasio y probar fortuna con el fútbol, resultado de lo cual en 1898 los británicos ya no jugaban solos habiéndose convertido los bilbaínos en la mayoría del Athletic Club.
La amplia relación de los comerciantes vizcaínos con los británicos prestaba para que muchos padres con haberes enviasen a sus hijos a las islas para aprender inglés y fundamentalmente a estudiar en sus universidades. Algunos de ellos se establecieron allí, pero generalmente muchos más volvían, como el caso de Carlos Castellanos, nieto de un conocido banquero que de regreso a la villa y entusiasmado por lo que había vivido, no regateó en esfuerzos para crear el segundo “protoclub” local: el Bilbao Foot-ball Club, sociedad fundada en 1900 de la que fue presidente pero que al igual que el Athletic Club, no tuvo en consideración registrar convirtiéndose en “alegales”, situación que el Athletic Club resolvería en septiembre de 1901 al registrarse y que el Bilbao F.C. no podría al disolverse en 1903.
Los “protoclubs” de Barcelona
Al contrario que en otras regiones españolas donde fueron las minas de hierro y las de cobre o carbón las que atrajeron a importantes empresas británicas y con ellas el fútbol, el subsuelo catalán no ofrecía ningún interés para estos experimentados inversores y en base a ello los distintos intentos de crear industrias siderúrgicas fracasaron por completo ante la falta de materia prima. Sin embargo sí había otros atractivos que hacían de Barcelona, su capital, un importante centro logístico desde el cual operar en busca de las colonias del Índico y cómo no, su tradicional industria textil, un cliente seguro para exportar su maquinaria.
Barcelona y su provincia habían desarrollado desde los siglos anteriores una importante industria alrededor del lino que fue origen de muchas empresas y una burguesía poderosa, pero el algodón fue un enemigo con el que no podía competir por la calidad y bajo coste productivo que ofrecía a los británicos. El paso hacia el algodón fue costoso y los catalanes tuvieron que renunciar a un producto que empleaba mucha mano de obra, era casi artesanal y resultaba caro de vender. Ante tal tesitura se empezaron a importar máquinas procedentes del Reino Unido que facilitaban la transformación del algodón, pero con la salvedad de que pronto fueron copiadas y adaptadas para no depender de los isleños.
La jugada inicialmente salió bien, pero la evolución técnica de los británicos hizo que produjesen más, mejor y con un precio más económico, con lo cual los catalanes tuvieron que aplicar aranceles para evitar males peores, además de no contar con un mercado nacional preparado para asimilar tanta producción de tejido. La necesidad del Estado en recoger dinero para mitigar sus deudas y equilibrar unos presupuestos que demandaban más inversiones para correr a la par de las potencias europeas provocó una liberalización del mercado y la apertura de España a cualquier posible inversor extranjero.
En el último cuarto del s. XIX Barcelona empezaba a contar con una importante presencia británica, sobre todo escocesa, convirtiéndose su puerto en uno de los más importantes del Mediterráneo sobre todo tras la inauguración del Canal de Suez en 1869, puerta que unía los países del Mar del Norte con Asia y especialmente al Imperio Británico con sus colonias orientales y oceánicas, eligiéndolo la importante naviera escocesa MacAndrews & Company Ltd. como principal base operativa en la península. En el puerto comenzaron a atracar gran cantidad de buques británicos, muchos de ellos a vapor, uno de los grandes inventos energéticos de la época tan fundamental tanto para la industria como para el transporte, llegando a bordo de ellos máquinas a vapor con sus respectivos técnicos que venían contratados para montar y enseñar al empresariado textil autóctono deseoso de abrirse hueco en el mercado europeo con las prendas de algodón.
La comunidad británica, tan avanzada para la época y con una predisposición para los deportes muy desarrollada, pues casi todo eran creaciones suyas como el cricket, polo, lawn-tennis, rugby, squash o fútbol, contactó con la burguesía local y los primeros retos a remo con los miembros del Real Club de Regatas fueron anunciados incluso hasta en la prensa como hecho noticiable. Fruto de la amistad entre ambos grupos, británico y barcelonés, pronto la práctica que los primeros hacían en el velódromo de Bonanova -inaugurado en 1891- de un deporte denominado “foot-ball” durante la temporada de invierno acabó seduciendo a los regatistas, quienes adoctrinados en sus reglas por los británicos anunciaban en prensa la disputa el 25 de diciembre de 1892 del primer encuentro en Bonanova por parte de dos bandos de la sociedad de regatas, en lo que se puede considerar el primer encuentro de fútbol disputado por un club formado íntegramente por españoles.
En lo sucesivo los encuentros no serán entre miembros del mismo club, sino frente al Club Inglés, sociedad que ignoramos desde cuando existe o si es un club formado expresamente para la práctica de fútbol durante el invierno y la de remo en verano frente al Real Club de Regatas. La sinergia entre algunos miembros de ambos clubs es total y en primavera se proyecta crear un club expresamente dedicado al fútbol que cumpla las expectativas que tienen con este deporte. Los deseos se cumplen y en el otoño de 1893, ya finalizada la temporada de remo estival, crean la Sociedad de Foot-ball Barcelona, el primer “protoclub” barcelonés, aunque con un componente casi enteramente británico que rematan con la figura electa del cónsul británico William Wyndham como presidente, amenizado todo ello por unos pocos barceloneses.
En ese preciso año llega a Barcelona el importante grupo textil escocés J&P Coats. Ltd., quien busca asentarse en la provincia para introducirse en un mercado que augura suculentos beneficios. La localidad escogida para levantar una industria y todo un barrio al más puro estilo británico hecho a medida de sus trabajadores es Sant Vicenç de Torelló, en cuya pedanía de Borgonyà edificarán toda una colonia. Paralelamente llega en 1894 a Barcelona la empresa Johnston Shields Ltd., conocida popularmente como La Escocesa, con varias patentes bajo el brazo para manufacturar el punto de crochet, ideal para cortinas y encajes. En poco tiempo reúne a ciento setenta trabajadores, siendo algunos de ellos notables practicantes de fútbol en su tierra natal que luego pasarán a formar parte de nuevos clubs.
La empresa de Borgonyá, una vez acomodada en su barrio a las afueras de Sant Vicenç de Torelló crea la Asociación de Foot-ball Torelló, club dedicado íntegramente al fútbol que de inmediato entabla encuentros con la S.F. Barcelona, tanto en la localidad de la comarca de Osona como en la ciudad condal. Ambas sociedades son “protoclubs” que permanecen “alegales” respecto a la Ley de Asociaciones, fundamentalmente por su carácter marcadamente británico, aunque ambos presentan españoles en sus filas, estando los de Borgonyá respaldados por la empresa de hilaturas escocesa mientras que los barceloneses proceden de diversas empresas, contando todos ellos con los favores de la prensa deportiva catalana y reduciendo su espectro geográfico al área de Barcelona.
Como todos los “protoclubs”, su carrera deportiva es corta debido a la falta de competencia y a las obligaciones por parte de sus miembros, de paso por Cataluña, con lo cual pasados unos años apenas se sabe de ambos, aunque sí de algunos de sus miembros que en pocos años se enrolarán en los más importantes clubs barceloneses que todavía están por constituirse. Mientras, se les ve practicando remo, enrolados en gimnasios o formando parte del Club Inglés quien no abandona la práctica futbolística.
La semilla se encuentra plantada y a la espera de germinar, siendo el suizo Hans Gamper quien con la ayuda de algunos paisanos en 1898 empezará a irrigarla para que crezca tras jugar a menudo en Bonanova con los británicos e iniciar la búsqueda de correligionarios con los cuales crear un club de fútbol, su gran meta deportiva ante la ausencia de uno en activo. Su confesión protestante le cerrará las puertas en el Gimnasio Tolosa, teniendo fortuna en el más tolerante Gimnasio Solé donde recluta a unos cuantos deportistas que unidos a sus compatriotas da forma al Foot-ball Club Barcelona a finales de 1899. A los pocos días de su constitución integrará a un numeroso grupo de británicos anglicanos procedentes del Club Inglés. En cuanto al Gimnasio Tolosa, sus miembros junto a un reducido grupo de escoceses católicos harán su parte con el Foot-ball Club Catalá, sumándose a inicios de 1900 el Foot-ball Club Escocés de la Johnston Shields Ltd. que tras un rifirrafe con el F.C. Barcelona acabará disolviéndose pasando algunos de sus jugadores al club azulgrana y otros al recién creado Hispania Athletic Club de Alfons Macaya.
Los “protoclubs” de Madrid
El origen del fútbol en Madrid es netamente distinto y, a diferencia del patrón observado en otras regiones, no obedece los cauces seguidos por los “protoclubs” andaluces, del norte o algunos ejemplos catalanes, siempre ligados a una empresa, sino que viene marcado por dos vías muy marcadas y de desigual procedencia.
La primera de ellas surge el 10 de mayo de 1879 cuando en un rotativo británico, London Standard, se publica una breve reseña en la cual se indica que en la ciudad de Madrid va a ser constituida una sociedad de cricket similar a las existentes en Jerez de La Frontera y Sevilla cuya composición será mixta entre ciudadanos británicos y españoles, contando con el beneplácito de S.M. Don Alfonso XII quien cede el uso del Real sitio de la Casa de Campo y, al parecer, se ofrece como presidente honorario.
Esta noticia que, en principio no está relacionada con el fútbol, de repente adquiere un giro de 360º cuando el 16 de noviembre de ese mismo año es publicado en la revista quincenal El Campo: agricultura, jardinería y sport, un extenso artículo con todo tipo de detalles donde se habla claramente de la constitución de la sociedad Cricket y Foot-ball Club de Madrid, citándose toda su junta directiva al completo además de otros socios en lo que hasta la fecha es la primera reseña a nivel nacional en cuanto a la constitución legal de una sociedad dedicada, aunque sea en combinación de otra actividad deportiva, al fútbol.
De lo que ocurre con esta sociedad, el primer “protoclub” a nivel nacional por fecha de constitución, apenas más se sabe, salvo que es presidida por José Figueroa y Torres, aunque dada la procedencia de sus integrantes, casi todos ellos personas de la nobleza, militares y británicos de paso por nuestro país, es más que probable que se extendiese poco en el tiempo. Su huella, imborrable en la hemeroteca, precede en una década a otros clubs como los originados en Huelva y Sevilla, un paso adelante para la historia del fútbol español.
La segunda vía tarda bastantes años en aparecer y sus protagonistas, a diferencia de la inquietud de 1879, serán muchachos imberbes ligados a otras actividades. El mérito recae en la corriente higienista surgida en el s. XIX en algunos países europeos, sobre todo Francia y el Reino Unido, quienes aplican la gimnasia inicialmente en el ejército para luego convertirla en asignatura de obligado cumplimiento en liceos y colegios. La doctrina decimonónica implicada en el cultivo de la mente y del cuerpo es seguida con ahínco por algunos miembros del Gobierno y el 9 de marzo de 1883 la enseñanza de la gimnasia es declarada oficial en España, ordenándose la creación de la Escuela Central de profesores y profesoras de Gimnástica.
Su reglamento es aprobado por Real Decreto el 22 de octubre de 1886 y su implantación obligatoria, pero la falta de profesores cualificados hace que sea un fracaso y en 1895 se declare de libre opción. No obstante y por la vía privada, en 1887 nace de ese nutriente en Madrid la Sociedad Gimnástica Española, importante centro locomotor al que se asociarán numerosos centros gimnásticos de titularidad también particular de toda España como los gimnasios Zamacois de Bilbao, Tolosa y Solé, ambos de Barcelona, Calvet de La Coruña, Sampérez de Badajoz, el Gimnasio de Vigo, el Club Gimnástico de Cartagena, el Club Gimnástico de Tarragona, la Sociedad Gimnástica de Orense, etcétera.
La gimnasia, de práctica obligatoria primero y voluntaria después, provoca que el profesorado madrileño del Instituto de Libre Enseñanza en la capital decida usarla como herramienta regeneradora, de civilización, progresista y moderna, siendo pioneros en aplicarla e impartirla entre sus alumnos, pero no en su vertiente estricta para adultos, sino a través de juegos, mucho más atractivos para la edad de los muchachos a quienes va dirigido y entre los cuales el fútbol es uno de los más significativos. Un grupo de jóvenes estudiantes del instituto entre los que se encuentran los hermanos Palacios, los propios hermanos Padrós, Menéndez, Gorostizaga, Mendía, Neyra, Varela y los hermanos Giralt crearán en 1897 el Sky Foot-ball Club, el segundo “protoclub” de la capital. La vida de esta sociedad no será muy longeva, pero sí cumplirán con varias de las condiciones de un “protoclub”: composición por una membresía elitista, raigambre con una empresa -en este caso un Colegio-, carácter local focalizado en Madrid y ausencia de interés en registrar su situación, lo que les convierte en “alegales”. En cuanto a las pautas evidentemente no se enfrentarán a tripulaciones de navíos británicos por motivos obvios, pero sí contarán con el apoyo implícito de la prensa local que resaltará en cuanto tenga oportunidad cualquier atisbo de actividad que se propongan llevar a cabo.
El tercer “protoclub”, aunque con mucha menos importancia que el anterior tan siquiera gozará de repercusión en prensa, quizás por el lugar de procedencia de sus miembros y la escasa simpatía que ocasiona tras una Guerra de Independencia que aún colea: la Association Sportive Francaise, creada por el alumnado del Liceo Francés, otro centro educativo cuyos docentes inspirados en la doctrina higienista implantada en Francia desde hace años la inculcan aquí como parte de su repertorio.
En 1902 este club cambiará a Association Sportive Amicale, sin más fortuna, pero del Sky Foot-ball Club se escindirán en 1900 dos sociedades perfectamente estructuras y modernas que sí darán que hablar, al menos una de ellas y mucho, dado que será uno de los grandes clubs del futuro, el Madrid Foot-ball Club. El otro es el Club Español de Foot-ball. Ambos surgen tras rencillas en el seno del pionero Sky Foot-ball Club, quien les educa deportivamente, alcanzando sus miembros la mayoría de edad en estas sociedades que en 1902 se registran oficialmente conforme al Real Decreto de 19 de septiembre de 1901 relativo a la Ley de Asociaciones para dejar constancia de su existencia como ya lo han hecho sociedades de similares características en Bilbao y Minas de Riotinto, pero sobre todo como primer paso previo a la creación de la Agrupación de Madrileña de Clubs de Foot-ball a inicios de 1903.
Los “protoclubs” de Vigo
Situada en la ría a la cual le da nombre, la ciudad portuaria de Vigo se convirtió a partir de la segunda mitad del s. XIX en un importante punto de conexión entre la península y las colonias de las Antillas, en especial Cuba y Puerto Rico, siendo la relación con Buenos Aires, situada en el continente suramericano también notable. Esta posición estratégica y la liberalización que el ejecutivo español realizó permitiendo la apertura de cara a compañías extranjeras para invertir en el país, supuso la llegada a la ciudad de la empresa británica Eastern Telegraph Company Ltd., entidad instalada en 1873 que tenía como misión conectar mediante cable telegráfico submarino el Reino Unido con Vigo y la ciudad olívica con Lisboa, clave para los intereses británicos con fines de trazar ramales hacia África, Suramérica o las Antillas.
La compañía británica, con un equipo de ingenieros y trabajadores cualificados, mediante barcos tenderá el cable constituyendo con el paso del tiempo una pequeña comunidad de ciudadanos que asentarán sus costumbres en suelo español. En fecha todavía no determinada constituyen un club donde desarrollan sus actividades, el Exiles Cable Club, sociedad donde se integran deportes como el tenis de mesa, lawn-tennis, cricket, otros de raigambre británica y en especial uno de reciente éxito que se erigirá con el paso del tiempo en una de las principales disciplinas, el fútbol, que a principios de la década de los años noventa decimonónicos goza de excelente salud y reconocimiento en el Reino Unido. Los empleados británicos de la compañía del cable no querrán ser menos que sus compatriotas y declarado como deporte de moda, su práctica en Vigo se iniciará en torno a estas fechas siendo en 1895 cuando se tiene fe mediante prensa del primer encuentro disputado por el Exiles Cable Club frente a la tripulación de un navío británico.
El Exiles Cable Club o Exiles F.C. como consta en algunos medios, se enfrenta ante la falta de rivales en Galicia a tripulaciones mercantes británicas de paso por el famoso puerto local y sobre todo a las militares de la Royal Navy fondeadas allí ocasionalmente, hecho que también es constatado en Ferrol donde no existe representatividad británica local, pero donde sí se registran encuentros entre tripulaciones británicas desde 1892. Terrenos idóneos como los del Relleno, hoy Alameda, se convierten en feudos improvisados para la práctica futbolística, siendo el Exiles Cable Club el primer “protoclub” británico de la ciudad y en suelo gallego.
La tendencia iniciada por el Exiles Cable Club tendrá continuación cuando posteriormente surgen sociedades mixtas británico-viguesas como el Petit Foot-ball Club, otro “protoclub” y casi al mismo tiempo otras como las conocidas Vigo Foot-ball Club y Fortuna Foot-ball Club, ambas originadas en 1905 ya con una nutrida representación de jugadores locales y pioneros en el fútbol gallego de principios de s. XX.
Los “protoclubs” de Las Palmas de Gran Canaria
La capital del archipiélago canario es, quizás por su lejanía respecto a la península, la gran olvidada en cualquier libro o escrito que haga referencia a la introducción del fútbol es España, una grandísima falta de sensibilidad que ha costado que no sea considerada históricamente por muchos estudiosos como uno de los principales pilares, cuando su contribución real es comparable al fútbol onubense cuanto menos. Alejada de la Revolución Industrial del último tercio del siglo decimonónico, el atractivo que sentían los británicos por Canarias no era causado por la presencia de minas, negocios siderúrgicos, textiles o ferroviarios, sino desde 1852 y a causa de la declaración como franquicia de los puertos isleños, por razones puramente comerciales en las cuales ellos abastecían a las islas de una cantidad tal de suministros que llegó a triplicar la aportación peninsular a finales de este mencionado siglo.
La ciudad de Las Palmas, situada en un enclave estratégico que servía de puente entre el Reino Unido y las colonias británicas de África o las cada vez más “britanizadas” Islas Antillas, se vio envuelta en una dinámica en la cual los súbditos de la reina Victoria fueron poco a poco colocando estratégicamente sus puntos comerciales de modo que casi monopolizaban todo lo que entraba y salía de la ciudad, aparte de pequeños astilleros y empresas consignatarias. En 1890 conformaban una colonia de doscientos miembros, similar a la población británica de Minas de Riotinto y Huelva juntas, mientras diez años después esa cantidad estaba ya duplicada e iba en aumento, contando con un cementerio protestante desde 1834 y una iglesia dedicada a este culto desde 1887.
Los británicos exportaban textil, enseres, turistas atraídos por el romanticismo canario y sobre todo medicinas, maquinaria, hulla, hierro y carbón, un elemento indispensable para cualquier máquina a vapor, siendo plátanos, naranjas, algo de vino y legumbres lo que importaban a aquellas latitudes septentrionales. Pagado por el Estado, la construcción del puerto marítimo de La Luz era ineludible y en 1883 la empresa británica Swanson y Cía. fue la encargada de efectuar las obras. Técnicos y trabajadores se instalaron en la ciudad y en pocos años un centenar largo de buques atracaban en misión comercial mientras la comunidad británica originaba su Club Británico en 1889, centro social situado en la calle Pérez Galdós que a imagen y semejanza de los onubenses tenía su club de bailes y sus secciones deportivas, una práctica tradicional que formaba parte de sus costumbres.
A diferencia de los clubs británicos onubenses, con mayoría de escoceses en sus filas y multidisciplinares en su actividad, el de la capital canaria era regentado por ingleses y en poco tiempo sus secciones adquirieron plena autonomía independizándose los unos de los otros. Así Las Palmas Golf Club se fundaba en 1891, Las Palmas Lawn-tennis Club entre 1895-96, Las Palmas Cricket Club en una fecha sin concretar pero dentro de esos años, mientras el club de fútbol, del que hablaremos más adelante lo hacía en 1894.
La incidencia y peso de las costumbres británicas fue muy importante y los beneficios aportados a los naturales canarios considerables, beneficiándose ambos de una interrelación francamente interesada a partes iguales. La cada vez más presente flota británica en el puerto de La Luz no fue olvidada en Londres, y desde allí en 1890 dos entidades benéficas, la British and Foreign Sailor’s Society y la British Bible Society, prestaron con su manutención a través de misioneros protestantes a cuya cabeza siempre iba un reverendo, labores cristianas con la creación del Las Palmas Seaman’s Institute, entidad encargada de acoger a marineros británicos desembarcados por enfermedad o por desatención que precisaban reposo y recuperación. Una vez dados de alta en el Queen Victory Hospital, creado en 1891, los marineros ya podían regresar a casa.
La cuantía de ciudadanos británicos en la ciudad, unos trescientos en 1894, supuso la creación del Las Palmas Foot-ball Club en 1894, el gran “protoclub” insular, una sociedad que jugaba en las inmediaciones de las instalaciones privadas que tenía la empresa de importación carbonera Wilson Sons & Company Ltd. junto al muelle de Santa Catalina y que jugaba principalmente, ante la falta de rivales en la isla, frente a tripulaciones militares o civiles de paso por la ciudad, aunque no era la pionera porque con antelación ya existen registros orales de prácticas futbolísticas en la isla.
El cariz portuario de Las Palmas influenció notablemente en su club de fútbol y así empleados de distintas compañías británicas proveían de jugadores a la sociedad, destacando la mencionada propietaria del terreno de juego y otras como Miller & Company Ltd., Cory Brother & Company Ltd., Grand Canary Coaling Company Ltd. o Elder Dempster Company Ltd., participando así mismo el club de fútbol en la organización de eventos teatrales en el salón que tenía la Sociedad Santa Catalina. El carácter privativo de esta sociedad o las demás dedicadas a otras disciplinas deportivas le alejó, pese a influir en la juventud local, de registrarse en el Gobierno Civil y como el resto de los “protoclubs” peninsulares se mantuvo “alegal”, aunque su obra no pasó desapercibida y pese a su escasa perdurabilidad dejó una profunda huella con la creación a partir de 1904 de varios clubs locales entre los cuales destacará en 1905 el Marino Foot-ball Club y finalizando la década el Sporting Club Victoria, heredero de Las Palmas F.C. con jugadores británicos en sus filas y convertidos en los dos grandes hasta la unificación del fútbol local en 1949 con la Unión Deportiva Las Palmas.
Los otros “protoclubs”
España es un país muy grande en extensión y con muchas ciudades importantes que a finales del s. XIX demandaban una oportuna modernización. Los británicos, los más avanzados tecnológicamente en esa época, fueron requeridos por muchos ayuntamientos, empresas españolas, incluso se presentaron a gran cantidad de concursos locales donde se cedía la explotación de un abastecimiento de gas, agua o cualquier medio que supusiera un avance para la población. Esta masiva presencia de ingenieros y técnicos británicos trajo de forma directa el fútbol a nuestro país, pero no fueron los únicos instructores: también muchos españoles en edad universitaria que habían cursado sus estudios en el Reino Unido cuando regresaron a sus hogares no sólo llegaban cualificados y con conocimientos de inglés, sino con un balón bajo el brazo dispuestos a compartir con sus amigos y conocidos aquella disciplina deportiva que tanto les había cautivado.
Muchas de las experiencias de aquellas personas pasaron desapercibidas para la prensa y no tuvieron repercusión, y si lo hicieron fue con cuentagotas, pero también hubo otras tantas que dejaron su impronta casi de puntillas que, de haber sido otros los tiempos, quizás hubiesen tenido más trascendencia de la que dejaron. El suroeste andaluz se confirmó en torno a 1890 en el principal vivero de clubs de toda España, pero lamentablemente apenas hay información sobre su actividad dado que el fútbol no era importante ni el deporte en general requería la atención de periodistas y españoles en general. Coetáneos a los clubs de Sevilla, Minas de Riotinto y Huelva fueron los grupos de “equipiers” residentes en Tharsis, una pedanía de la onubense localidad de Alosno que albergaba una importante empresa minera y los de las ciudades de Málaga, Jerez de La Frontera, Cádiz y la “britanizada” Gibraltar, grupos de los cuales apenas nos han quedado unas reseñas y de los cuales ignoramos si llegaron a alcanzar el nivel de club.
En Cataluña localidades como Sant Andreu de Palomar y Sant Martí de Provençals en la periferia de Barcelona o más distantes como Manresa y la gerundense Palamós también reunieron sus “protoclubs”, pasando la corriente futbolística por las murcianas Águilas, Cartagena y Lorca además de desplazarse hasta Badajoz y desde allí a cualquier punto del país donde hubiese algún grupo dispuesto a jugar al fútbol de una manera organizada y con directiva.
Los “protoclubs” y su herencia
El legado deportivo que dejaron aquellas sociedades primitivas tuvo al cabo de los años distintas hijuelas y también otras formas de “continuidad”, pues no todas desaparecieron para siempre fagocitadas por la coyuntura social de aquellos tiempos. Así pues, y tras estudiar detenida y concienzudamente cada uno de los casos, observamos dos tipos de herencia que en función de su protagonista muestran una continuidad o una discontinuidad:
1. Clubs continuistas: Son aquellos que irrumpieron en el panorama español y después de unos años de actividad, dejaron de ser noticiables por la falta de socios y se difuminaron en otras sociedades que mantuvieron su llama en vivo. Entre ellas encontramos a tres: Rio-Tinto English Club, Huelva Recreation Club y Sevilla Foot-ball Club.
El Rio-Tinto English Club nacido en 1878 es el más antiguo de todos. Su pertenencia a una localidad con escaso número de habitantes y la falta de medios de comunicación que publicitaran sus movimientos como sí sucede con Huelva y su club recreativo, jugaron en su contra. Sin embargo, cuenta con un patrimonio documental bastante importante reflejado en los libros de la empresa minera -su tutora- dando fe de su práctica, además que la existencia de una numerosa población británica ha dejado suficiente constancia para saber que, aunque no se jugasen tantos encuentros como hoy en día, sí se jugó al fútbol a menudo en Minas de Riotinto.
El Huelva Recreation Club creado en 1889 es el segundo club en ver la luz. Su pertenencia a una capital provincial y la existencia de prensa filo-británica magnifica su vida social y gracias a ello se conocen muchas cosas. Sin apenas socios, en 1896 pasa a estar tutelado por el Seaman’s Intitute hasta su reorganización en 1903. Este club no se disuelve en momento alguno y aunque presenta un periodo de discontinuidad en su trayectoria, lo cierto es que durante esos años se juega al fútbol y en 1903 lo que hace es elegir una nueva junta directiva, redactar nuevos estatutos y oficializarse conforme a la legislación española.
El Sevilla Foot-ball Club constituido en 1890 es el tercero en salir. A pesar de tener su sede en una capital regional, la prensa local no está de su parte y permanece ajena a sus quehaceres. Los hechos más importantes sobre su vida han sido conocidos a través de la prensa extranjera y al igual que sucede con el club de la capital onubense, la falta de socios en 1893 acaba siendo un freno y la tutela futbolística queda en manos de los socios del Círculo Mercantil. Tampoco hay constancia de su disolución y en la ciudad hay fútbol hasta que en 1905 se elige una nueva junta directiva, se escriben nuevos estatutos y se oficializan en el Registro.
2. Clubs no continuistas: Son aquellos que habiendo sido constituidos legalmente, un día desaparecieron y no tuvieron continuidad por parte de sus socios o por descendientes de estos. Su legado pasó a otras iniciativas promovidas por otras personas no relacionadas con los clubs primitivos y que con distintos objetivos e ideas mantuvieron y demostraron una total independencia.
El Cricket y Foot-ball Club de Madrid nacido en noviembre de 1879 es la primera sociedad no continuista por varias razones de peso como la procedencia de sus integrantes, casi todos nobles o ciudadanos británicos sin raíces en el país, pero sobre todo por su carácter prematuro dentro de una sociedad que va a otro ritmo y donde el deporte no es una necesidad vital ni tan siquiera social.
El Athletic Club de Astilleros constituido en 1892 –o poco antes-, suena con fuerza durante ese año, pero nada más se sabe de él en los años siguientes aunque los británicos siguen jugando en las campas de Lamiako durante bastante tiempo. En 1894 retan a un grupo de bilbaínos en un afamado encuentro, pero se desconoce si los británicos eran el Athletic Club o un grupo de ex-jugadores de este club, al igual que se ignora si los bilbaínos eran socios del Gimnasio Zamacois o no. Cuando en 1898 se origina el Athletic Club bilbaíno este grupo no tiene nada que ver con el Athletic Club de Astilleros, aunque su denominación está claramente influenciada por haber bebido de las aguas que los británicos dejan en Lamiako y es más que probable que figurase algún británico en sus filas con pasado en el club de la empresa naval.
El Foot-ball Club Barcelona nacido en 1893 o Sociedad de Foot-ball Barcelona como se traduce en prensa, fue otro “protoclub” no continuista. Formado prácticamente por británicos se le conocen varios encuentros con clubs de la provincia o de la ciudad condal que aparecen en prensa, pero desde 1896 se le pierde la pista. Como en todos los casos anteriores siempre hay británicos jugando en el interior de un hipódromo o velódromo, en este caso en concreto el velódromo de Bonanova. El denominado en prensa como Club Inglés bien pudiera ser el mismo que el F.C. Barcelona, pero la falta de datos contundentes lo dejan como hipótesis. En 1899 se constituirán dos herederos, el Foot-ball Club Catalá y un nuevo Foot-ball Club Barcelona, sociedad esta última que nada tiene que ver en su origen con el club de 1893, pero a la que se incorporan apenas unas semanas de haberse fundado diez jugadores británicos procedentes del Club Inglés. Es decir, al final casi todos se ven las caras de nuevo pero en distintas entidades.
Conclusiones
Tratar de entender a un “protoclub” como un club moderno similar a los de hoy en día o como los que se registraron en los albores del s. XX y que con el transcurso de los años se convirtieron en lo que actualmente son, es un gran error. Los “protoclubs” en su verdadera esencia son la génesis, esa huella que nos ha sido heredada de los británicos y algunos pioneros españoles que con su esfuerzo y tesón intentaron abrir las puertas a un deporte que venía de fuera y que tan solo por su vistosidad y encanto logró conquistarnos muchos años después.
Su papel es nuestra historia es vital, básico, fundamental e irrenunciable, de obligatorio recuerdo en la memoria de todos nosotros y las futuras generaciones que vendrán, pero hay que tener muy claro, clarísimo, dónde están los límites de un “protoclub” y dónde los de un club, dónde empieza uno y acaba el otro, dónde está esa frontera tan marcada que separa la vida de uno y de otro. Jugar a mezclar la historia de “protoclubs” y clubs en una probeta para que artificialmente nos salga una única cosa con una trayectoria inmaculada y lineal en pos de un interés privado es algo que desde aquí rechazamos totalmente, no va con nuestros principios y no lo aceptamos.
La óptica historicista que algunos aplican cuando analizan o estudian un club tratando de imponernos líneas continuistas sin sesgaduras en sociedades creadas en el último cuarto del s. XIX o incluso del s. XX es algo que desde un punto racionalista y para alguien que maneja mucha información y la conoce al detalle no es aceptable. La trayectoria de un club de fútbol, como cualquier otra sociedad deportiva creada por el hombre, no es un dogma de fe ni obedece a leyes universales, sino que son las circunstancias de cada época las que imperan y modelan su comportamiento. Los “protoclubs” nacidos en esas fechas sufrieron grandes adversidades y muchos contratiempos fruto de su precocidad y falta de madurez en medio de un país en el que representaban un hito de modernidad dentro de una sociedad marcadamente tradicional y casi inmovilista.
Aquellos “protoclubs” que nacieron con un nombre español y apellidos ingleses como el Rio-Tinto English Club, el Cricket y Foot-ball Club de Madrid, el Huelva Recreation Club, el Sevilla Foot-ball Club, el Athletic Club de Astilleros o el Fútbol Club Barcelona y que fueron traducidos al español como Club Inglés de Rio-Tinto, Club Recreativo de Huelva, Club de Fútbol de Sevilla, Club Atleta o Club de Fútbol de Barcelona y también como Club Inglés, Club Recreativo, Club Sevillano, Club Athleta o Sociedad de Foot-ball de Barcelona, etiquétenlos o denomínenlos como ustedes prefieran, fueron unos adelantados de su época que como todos los de su condición estaban condenados a sufrir y a no perdurar demasiado en el tiempo.
Ese estigma innato y extensible a todos ellos dependía sin embargo de muchos y variados factores, entre ellos el de los propios socios. De su implicación, de la cantidad de miembros y sobre todo de las cuotas que aportasen dependía su futuro. Los cinco clubs mencionados tuvieron sus altibajos y los cinco, como los “Ojos del Guadiana”, tuvieron su aparición-desaparición-reaparición en distintas formas y con distintos protagonistas porque los inicios de una sociedad deportiva en la que confluyen todas las vicisitudes que se han citado y además ingredientes tan importantes como socios, cuotas, una época difícil, una sociedad cerrada como la británica y una no predispuesta como la española conducen a ese camino.
Los seis clubs se estrellaron contra sí mismos tras uno, dos o tres años de actividad más o menos seguida porque sus socios eran directivos a la vez que jugadores, muchos de ellos carecían de arraigo en España, otros tantos estaban de paso por cuestiones laborales, no había muchos rivales contra quienes jugar, sus actividades políticas o militares prevalecían y sobre todo porque por su tallo no circulaba savia nueva, condición imprescindible para regenerarse y para tener continuidad. Estas sociedades no eran profesionales sino completamente amateurs, sus socios carecían de la implicación que empezó a generarse años después, el deporte era una distracción, muchos de ellos no estaban al día en la aportación de sus cuotas y el abandono de miembros en sus filas fue una constante a la que no se puso fin cuando la solución pasaba por incorporar a españoles, algo que con un poco de voluntad no era tan difícil.
Esta condena al fracaso que vivieron estas sociedades era una crónica de muerte anunciada y es un paso que todos los pueblos y ciudades de España han experimentado en sus propias carnes: todos y sin excepción. Pasó con los clubs del oeste andaluz, con los madrileños, vascos, catalanes, gallegos y canarios que fueron pioneros, pero también con aquellos que dispersamente se constituyeron en diversos puntos de la geografía española y con los que vinieron después. Los “protoclubs”, vistos desde la distancia que nos ofrece la perspectiva del tiempo, cumplieron con una misión para la cual no habían sido creados: difundir el fútbol entre la sociedad española, aunque no era su objetivo ni se esmeraron demasiado en hacerlo.
Dicho todo esto queda una última cuestión por aclarar para todos aquellos quienes anden todavía algo confusos, quizás la menos importante de todas las tratadas, pero sí la más polémica: no hay nada que a fecha de hoy, tanto documental, social, deportiva y legalmente impida reconocer pública y abiertamente que el Riotinto Balompié sea el mismo club que el Rio-Tinto English Club de 1878, que el Real Club Recreativo de Huelva SAD sea el mismo club que el Huelva Recreation Club de 1889 y que el Sevilla Fútbol Club SAD sea el mismo club que el Sevilla Foot-ball Club de 1890… ninguna, y si alguien tiene alguna prueba que la demuestre, pero que sepa que todos los argumentos posibles son aplicables a los tres clubs por igual, sin diferencias.
Aunque para algunos sea difícil de entender y quizás nunca lo hagan, Riotinto Balompié, Real Club Recreativo de Huelva SAD y Sevilla Fútbol Club SAD fueron en su origen “protoclubs” y luego, tras superar una difícil cuesta arriba, clubs legalmente constituidos.
© Vicent Masià. Diciembre 2012.