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por Ferràn Esteve

miembro de La Futbolteca

 

Domingo 22 de diciembre de 2013, Coliseum Alfonso Pérez de Getafe. Es la decimoséptima jornada del Campeonato de Liga de Primera División y sobre el césped contienden el propietario del terreno de juego, Getafe CF, octavo clasificado con 23 puntos y, de otro lado, el FC Barcelona, primer clasificado con 43 puntos. Veinte puntos de diferencia entre unos y otros en tan solo dieciséis jornadas disputadas que hablan por sí mismos de la diferencia de potencial existente y de la falta de competitividad de un torneo donde los aspirantes al título son en este momento tres. Ninguno más.

Pero no quiero hablar de ello. Es lo que hay y he de aceptarlo, aún a pesar de ser frustrante para cualquier aficionado -entre los cuales me incluyo- que busque además de fútbol, algo de emoción. Lo que me llama la atención, aparte del colorido uniforme del conjunto catalán, es el triste aspecto que presentan las gradas del Coliseum: no se llega a cubrir la mitad del aforo, o lo que es lo mismo, cerca de 8.000 espectadores frente a los oficiales 17.400 que aparecen en varios medios. Algo no me cuadra. Juegan el líder de la Primera División ¿del mundo? y el octavo clasificado, y el estadio semivacío o semilleno según el cristal con que se mire. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde me he perdido?

Situada a apenas 13 kilómetros al sur de Madrid, Getafe es una prometedora ciudad industrial con algo más de 170.000 habitantes que, aún azotada por la crisis como otras muchas localidades de todo el estado, tiene la fortuna de contar con Ángel Torres, un empresario toledano que tomó las riendas en 2002 de su principal institución deportiva, el Getafe F SAD, un club constituido en 1983 al que ha conducido y, lo más difícil, ha mantenido durante nueve temporadas consecutivas -esta será la décima- entre los grandes de nuestro fútbol.

Torres es un triunfador y con él, los azulones han llegado lejos en la Copa de la UEFA -UEFA Europa League desde hace pocos años- y en el Campeonato de España, siendo finalista en las ediciones de 2007 y 2008 donde cayó derrotado. Sin embargo, a pesar de su carisma y haber cosechado varias medallas por el camino, el máximo mandatario tiene clavada una espinita en su orgullo, pues a lo largo de diez años no solo no ha visto el Coliseum a rebosar, sino que año tras año observa cómo las gradas cada vez afloran más cemento. Si en la temporada 2009/10 la media fue de 10.579 (62.2%) espectadores, en la 2010/11 se redujo a 9.072, alcanzándose la cifra más baja en la 2012/13 con unos preocupantes 8.372 (49.2%).

Y eso que la plantilla azulona ofrece garantías más que suficientes para atraer público. Asentado en la zona media de la clasificación y sin contar con grandes estrellas, al menos sí reúne jugadores importantes, todos ellos profesionales que más acertados o no, cumplen en cada encuentro bajo la atenta dirección de Luís García Plaza, su entrenador. Entonces, ¿cómo se explica que todo un FC Barcelona, uno de los mejores clubs del planeta repleto de figuras internacionales, sea incapaz de hacer superar la mitad del aforo getafense?

Quizás la explicación la encontremos en varias razones, todas ellas de peso, como su tradicional dependencia futbolística de Madrid con sus dos grandes clubs, Real y Atlético, que constriñen el crecimiento del club azulón, el insuficiente arraigo del Getafe CF como club referente entre la sociedad local, la lejana ubicación del Coliseum respecto a la ciudad o puede que una simple cuestión de números ante la falta de una suficiente cantidad de aficionados capaces de arropar al club por la gran dimensión que ha obtenido este tras asentarse en una categoría tan cara y exigente como es la Primera División nacional.

Esto en cuanto a lo deportivo, pero desde el punto de vista económico también hay más motivos como la carestía de la vida, el azote de la desocupación, el elevado precio de los abonos y de las entradas, casi todos por las nubes y especialmente un desfase entre la realidad vigente y una actividad de ocio como es el seguimiento de un deporte profesional con todo lo que implica.

Esta constatable falta de afluencia al Coliseum getafense, pese a ser evidente cada fin de semana tan solo después de echar una rápida ojeada a las gradas, después de todo y, aunque se haya cebado con los azulones, no es en absoluto patrimonio del club que preside Ángel Torres. El mal es más profundo. Si analizamos el resto de estadios españoles de la máxima categoría en la pasada temporada y comparamos la asistencia de aficionados respecto a temporadas anteriores, certificaremos cómo el problema está más extendido de lo que se piensa y, de ser leve o inapreciable, ha pasado a adquirir unas proporciones que cómo mínimo empiezan a ser preocupantes rozando la gravedad.

La Liga española, enferma

La Liga española, la que algunos defienden como la mejor del mundo sin hacer cuentas y sin contrastar los datos que en cualquier rincón aparecen, está tocada y, a pesar de que la herida se acrecienta por momentos, aplicando el sentido común y algo de esfuerzo por parte de todos, sobre todo quienes la organizan, alberga todavía esperanzas de recuperación. Al menos yo lo veo así. Como en el caso de muchas enfermedades de graves repercusiones, lo importante siempre es hacer un diagnóstico rápido y acertado para evitar complicaciones futuras, pero también lo es aplicar una buena medicina que primero frene su expansión y luego mejore la situación del paciente.

Para empezar, hay que saber cuáles son las causas que han llevado a ver nuestros estadios despoblados de aficionados, pero tan importante como esto es querer dar una solución. Si no se desea recuperar al enfermo, por mucho que este de síntomas de no estar bien y se queje, no habrá solución y eso, en una competición como la española que tantas alegrías ha dado últimamente alcanzando el zénit a nivel internacional, no podemos permitirlo.

Pero vayamos por partes.

Los horarios de la Liga, esa maravillosa competición a ida y vuelta que nos tenía hace años acostumbrados a sentarnos junto a una radio cada domingo oyendo con gran atención todos los encuentros a partir de las 16:30 o 17 horas de la tarde, ha pasado a la historia. Primero fue el encuentro televisado del sábado por la noche a las 21 horas el que rompió los esquemas, luego fue este unido al del domingo por la mañana que retransmitía una cadena privada y más tarde, el encuentro retrasado a las 22 horas del lunes al que se ha sumado recientemente el adelantado del viernes entre las 20 y 21 horas. Fraccionar tanto los encuentros de una jornada no es una idea brillante, pese a los intereses de algunos y a lo sumo, gran parte de ellos deberían empezar a la misma hora para tratar, si se puede, concentrar el interés del aficionado.

No todo el mundo puede acudir un viernes por la noche al estadio de su club, como tampoco un lunes a sabiendas de que al día siguiente hay que madrugar para incorporarse al trabajo. Si el viernes no es bueno, el lunes es, con diferencia, mucho peor. Y no hay que frotarse mucho las sienes o echar mano de las ecuaciones matemáticas para intuir por qué. Pensemos y pongámonos en el papel de aquel padre de familia que acude con uno o dos hijos en edad escolar a su recinto deportivo para apoyar a su club y, de paso, inculcar la afición entre sus descendientes: se les está robando tiempo de sueño y descanso, algo sagrado. ¿Cómo van a rendir padre e hijos al día siguiente? ¿Lo podrán recuperar en el caso de los niños?

Justificar este cambio de jornadas hábiles para el fútbol con sus respectivos e incordiables horarios, sólo beneficia a los clubs quienes ingresan dividendos directos que de otra forma no recaudarían, pero, ¿y al abonando, socio o aficionado que paga una entrada, en qué se le beneficia? En nada. Este acudirá a regañadientes en la mayoría de los casos, obligado por las circunstancias que imperan en otros y siempre, no lo olvidemos, por su fidelidad a los colores. En el instante que bien el día, la hora o el tiempo le supongan un inconveniente, con mucho dolor de corazón dejará de ocupar su asiento, y la razón le asistirá. El club habrá perdido y cuando un club pierde, difícil es recuperarlo por los cauces normales.

Luego están los precios de los abonos y, como cubo atado a una cuerda, el precio de las entradas. El que algunos clubs demanden cuatrocientos y pico euros o más por una localidad donde apenas se ven los jugadores es un disparate, máxime teniendo en cuenta que hay otros que en circunstancias similares o por asientos incluso con mejor visibilidad recaudan entre doscientos cincuenta y trescientos euros. No hay color. Tampoco aciertan mucho quienes, ante la visita de cualquiera de los dos clubs más importantes, aprovechan para duplicar y triplicar precios en las entradas cobrando alrededor de ciento cincuenta euros. ¿Cuántos van a poder sufragar ese coste? Muy pocos, seguro.

¿Y la competitividad? Es casi nula. Si hay un factor capaz de generar asistencia por sí solo a un estadio, este es la competitividad. Si el seguidor de un club entiende que su equipo no va a presentar batalla ante un rival teóricamente muy superior -la verdadera motivación de este deporte- y la derrota es segura, ¿para qué molestarse en pasar frío a la interperie o bajo una pertinaz lluvia? Los milagros se producen de vez en cuando, pero siempre, no. La Liga española ha perdido encanto y los clubs ricos aumentan la distancia con los de nivel medio y, para qué decirlo, con los de abajo. Estas no son maneras por mucho que las televisiones y publicidad generen dinero que los compense.

Volviendo a los problemas del Getafe CF con su dudosa capacidad de llenar el Coliseum, tampoco parecen comprensibles las decisiones que se toman para facilitar el regreso de los aficionados. Si ya es difícil no cubrir ni la mitad de las 17.400 plazas del estadio azulón, su presidente Ángel Torres se ha descolgado recientemente con unas sorprendentes declaraciones donde anuncia que, ante la perplejidad de muchos entendidos, uno de sus objetivos para recuperar a la afición es la construcción de un nuevo estadio con capacidad para 32.000 asientos, todo ello para una sociedad que cuenta con tan solo 6.000 abonados. ¿Para recuperar a los aficionados o para recuperar otras cosas?

La extraña propuesta no parece cabalgar a lomos de la realidad económica que atraviesa la sociedad española, como tampoco se entiende la subida que han experimentado los abonos getafenses para la presente temporada 2013/14: un 9% la Tribuna Cubierta al pasar de 550 a 600 euros, un 3% la Tribuna Baja, en este caso más leve al pasar de 450 a 465 euros, un 2,6% los de Lateral (390 donde antes eran 380 euros) y un 2,7% el Fondo tras subir de 360 a 370 euros.

Liga vs. Bundesliga y Premier League

Si extrapolamos estos condicionantes tan negativos a nuestro entorno más inmediato y nos comparamos con lo que hacen nuestros vecinos, todos ellos más ricos, veremos lo mal que lo estamos haciendo y cómo en lugar de avanzar, retrocedemos cada día un pasito tras otro siendo el conjunto de nuestros clubs superados en el contexto europeo y, por supuesto, por otras Ligas más compensadas que la nuestra donde, además de espectáculo, existen más alternativas a la obtención del título.

La Premier League inglesa, con estadios muy similares en capacidad a los españoles, cuenta con una media que se instala en el 97%, siendo el Manchester United FC su principal exponente con un poder de convocatoria del 99%. Los estadios ingleses no solo están llenos, algo sin duda admirable, sino que ofrecen un aspecto abarrotado de colorido quedando plenamente identificadas las hinchadas de cada uno de los contendientes. A diferencia de España, país que cuenta con dos clubs que suman muchos adeptos y simpatías en el resto del país superando en muchísimas ocasiones a los propios clubs locales o generando más ruido en la mayor parte de las provincias, en Inglaterra las aficiones son fieles por naturaleza al club de su localidad. Como debe ser.

Pese a la existencia de grandes clubs por todos conocidos, generalmente es impensable que alguien siga las evoluciones del club de otra ciudad, pues sería tomado como si se traicionasen las raíces de uno mismo o se vendieran los sentimientos y alma a personas ajenas residentes fuera de su entorno geográfico. Este posicionamiento hace que acuda bastante gente a los estadios cuando el club local se enfrenta a un club poderoso o no tanto, apoyando incondicionalmente a su equipo dado que el aficionado se ve reflejado en cada uno de los once jugadores que hay sobre el césped.

Esta defensa a ultranza de lo de cada uno refuerza a los clubs tanto a nivel de abonados como económicamente, limándose las diferencias entre unos y otros y ocasionando que los dividendos de los derechos televisivos resulten más proporcionados. Todo el mundo quiere ver a su equipo por la tele y los grandes, aquellos más poderosos, les importan un pito. El poder de la Premier League a nivel nacional es importantísimo facturando 1.013 millones de euros, pero su atractivo hacia otros países también es notable, siendo muchos los aficionados extranjeros los que, viendo la igualdad entre el potencial de muchos clubs, toman partido hacia uno de ellos al ver una competición equilibrada, una opción que las televisiones valoran justamente y queda reflejada en el reparto de dinero.

La situación de la Bundesliga alemana es aún mejor, y eso que los germanos no cuentan con clubs tan afamados como los ingleses. En Alemania da la sensación de que casi todo se hace bien, con más cabeza. La asistencia a los estadios es del 93% frente al 51% de la Serie A italiana, 66% de la Liga española y 67% de la Ligue 1 francesa, lo que incrementa el número de espectadores en varios millones respecto al resto de países europeos, pero no es el único dato positivo, pues a esto hay que añadir que sus estadios con motivo de las reformas del Campeonato Mundial de 2006 son enormes y sus capacidades muy significativas. Clubs como el Borussia Dortmund y el FC Bayern München venden el 100% de las entradas cada jornada, algo impensable en España si los comparamos con el Real Madrid CF (90%) y FC Barcelona (75%) por alusión a los dos clubs más destacados y que más tirón tienen.

La televisión, contradictoriamente alcanza los 520 millones de euros, un valor inferior a los 1.013 de la Premier League, 918 de la Serie A italiana y 647 de la Liga española, pero es que el soporte de las empresas alemanas es digno de consideración compensando con su aportación estos desfases y equilibrando la balanza. Firmas como Lufthansa, Deutsche Telekom, BMW, Audi o Bayer financian a los clubs más importantes, incluso algunas de ellas al mismo club, caso de los muniqueses.

En cuanto al precio de los abonos y entradas, francamente son más realistas que lo observado en el resto. Además de disfrutar la mayoría de los alemanes de unos sueldos con una media superior a la de sus vecinos europeos, el precio de los tickets es más barato. El abono más caro es de 653 euros, muy por debajo del español (953 euros), pero si vamos al otro extremo, el más barato es de 246 euros frente a los 277 del español. Si en lugar de abonos hablamos de entradas puntuales, aquellas que se venden en partidos frente a clubs punteros de gran atracción, la media de la Bundesliga es de 56 euros frente a los 145 de la Liga, casi noventa euros de diferencia con los cuales un padre puede alimentar a sus hijos varios días y muy bien, por cierto. Eso por arriba, pero por abajo también es significativo, 12 euros la entrada más barata alemana por 29 euros de la española.

Y eso que la media salarial española es muy baja si la comparamos con la germana. Si cobramos menos y las entradas y abonos son más caros, ¿cómo van a acudir los aficionados a los estadios? ¿Es que ninguno de los directivos de este país se da cuenta o es que el aficionado, en realidad, poco o nada importa?

Dejando atrás los campeonatos domésticos vemos cómo las diferencias son abismales, algo muy preocupante dada la coyuntura española donde cohabitan cinco millones de parados, muchos de ellos jóvenes en edad de trabajar, con millones de personas que cuentan con un trabajo pero cuyo nivel adquisitivo ha bajado a niveles de 1990 si nos atenemos a la estadística.

Si analizamos los campeonatos europeos, dígase Liga de Campeones o Liga de Europa, también salimos perdiendo y por goleada. La entrada más barata en Alemania es de 12,3 euros frente a los 16,8 de Italia y 29,4 de España, siendo Inglaterra quien supera en esta ocasión al resto con 33,7 euros. No hace mucho los aficionados alemanes de visita por España para apoyar a sus clubs se percataron de los precios abusivos de los clubs españoles. Y no lo hacían cuando llegaban a su casa, sino aquí, en nuestros estadios y con pancartas alusivas bien grandes y con mensajes muy claros leíbles desde la otra punta de sus localidades. Los aficionados alemanes no entienden el por qué de unos precios tan desorbitados en un país segundón que juega en la misma competición que ellos. Yo tampoco, y no soy alemán aunque al paso que vamos no se dónde terminaremos. De verdad, no se entiende cómo un país más pobre cobra mucho más que un rico por el mismo espectáculo. ¿Es que no hemos aprendido nada?

La Segunda División

Si alguien piensa que el éxodo de aficionados dentro de las categorías profesionales afecta tan solo a la Primera División, anda muy equivocado. La Segunda División, nuestra popular categoría de plata, todavía suma peores registros que la división de honor y en las últimas cinco temporadas sus campos han ido vaciándose paulatinamente pasando de una media asistencial de 7.423 espectadores en la temporada 2008/09 a los 6.273 de la 2012/13, todo ello dentro de un cupo máximo de 18.681 posibles que desvelan una ocupación del 38%, una cifra muy por debajo de lo deseable.

La Segunda División no atrae a los aficionados, quién lo iba a decir, pese a contar con una pléyade de clubs que en algún momento de su historia reciente han militado en Primera División. Esta falta de asistencia a los estadios, al igual que sucede con su hermana mayor, tiene las mismas raíces: precios desorbitados en las entradas y abonos, pero su efecto es aún mayor dado que la capacidad de muchos de sus recintos es grande, en algunos casos mayores incluso que algunos de la categoría reina.

En comparación con otros países europeos, el segundo nivel atraviesa un momento claro de vacas flacas y así la Bundesliga 2 reúne a algo más de 17.000 espectadores mientras el Championship inglés, con gran repercusión, le sobrepasa en no llega un millar de aficionados quedándose a las puertas de los 18.000 asientos ocupados de un total de 25.913 posibles.

Sabido es que un segundo nivel nunca puede alcanzar las cifras que se manejan en el primer eslabón, pero el 38% de asistencia de la Segunda División española pone de manifiesto que urgen medidas reactivadoras para que el asunto no se vaya de las manos y, al menos, se recobre algo de la ventaja que nos llevan la Bundesliga 2 con un 55,3% y la Championship inglesa con un notable 68,3%. Nuestra categoría de plata no puede soportar por más tiempo esta tendencia tan desoladora, una inercia con sabor muy negativo que la ha convertido en el 21º campeonato por su capacidad de seguimiento. Campeonatos de tercera categoría como la League 1 inglesa (52,4%) y la Ligue 2 francesa (41,6%) la han superado recientemente con 7.954 y 7.650 espectadores respectivamente, unos datos que abochornan nuestro ego y nos dicen claramente que: menos cháchara con que somos campeones del mundo y nuestra Liga es la mejor. Manos a la obra ahora que estamos a tiempo.

El aficionado español lo tiene muy crudo a no ser que los rectores del fútbol español apliquen el sentido común de una vez por todas y adapten racionalmente el precio de las entradas y abonos al mundo real. Sólo así, pagando como se vive y cobra según el salario en España y no en Alemania, el aficionado de siempre volverá a los estadios y estos presentarán un aspecto como el de hace varias décadas atrás cuando la TV tenía dos canales y muchos de nosotros la veíamos en blanco y negro. No dejemos que el cemento sea el protagonista, aunque sea mucho pedir.

 

© LaFutbolteca.com. Enero 2014.