por Vicent Masià
Hablar sobre Félix Martialay es ardua tarea para alguien que como yo jamás le pude conocer personalmente ni tuve ocasión de hacerlo. A pesar de este frustrado anhelo irremediable para mi infortunio, pues Martialay falleció el 9 de septiembre de 2009, desde que tuve la oportunidad de leer sus libros sentí admiración por este historiador de fácil prosa y contundente verbo. Don Félix vio por primera vez el mundo un 6 de octubre de 1925 y ya desde bien pequeño gustaba de corretear detrás de un balón jugando al fútbol en su Burgos natal, un deporte que le entusiasmaba y que practicaba con asiduidad a la par que compaginaba con una gran afición al cine. Crecido ya y terminado el bachillerato, pronto tuvo que escoger una profesión con la cual ganarse el pan y tal vez influido por los acontecimientos que había vivido en su pubertad, escogió la de militar, campo este en el que triunfó allá hasta donde sus inquietudes le permitieron, alcanzando el rango de coronel del Cuerpo de Ingenieros tras muchos años de dedicación.
Militar de profesión y cinéfilo devoto
Sin embargo el joven Martialay, durante su formación académica nunca olvidó sus dos grandes aficiones culturales que tanto le habían enriquecido en espíritu, el fútbol y el cine, y con el corazón partido a dos mitades iguales, dividió su tiempo libre entre ambas hasta que el paso inexorable de los años le hicieron abandonar la práctica de la primera, más activa, a consecuencia del abandono de las fuerzas físicas y tomar parte por la segunda, más pasiva, por la facilitad y comodidad que esta suponía para su interés personal. A pesar de esta decisión, siendo joven no abandonó en su totalidad la llamada futbolística y en cuando podía bien acudía a un encuentro del Real Madrid C.F. del cual era incondicional o de la Selección Nacional absoluta, su alter ego, mientras escribía crónicas en periódicos o invertía en libros de fútbol que le proporcionasen esa información que siempre precisaba para sus investigaciones.
Metido en la treintena se dedicó casi de lleno al cine, devorando miles de películas y en especial de origen americano, las cuales le hechizaban. Esta devoción no fue sin embargo óbice para que escribiese entre 1957 y 1958 una decena de tomos de la Enciclopedia del deporte en los cuales analizaba a los dos grandes clubs madrileños, los más altos hechos históricos vividos por la Selección Nacional y el retrato de grandes figuras de la época como Zamora, Kopa y Di Stéfano. Tras este largo contacto con el fútbol vino un relativo alejamiento y todos los libros adquiridos para realizar sus trabajos, exigido por las obligaciones, los dejó aparcados en una barnizada balda de estantería con algunos ejemplares que no tuvo tiempo de leer.
Concentrado e implicado en su carrera militar y en la cinematografía fue alcanzando la madurez e hizo pinitos en TVE donde dirigió varios programas entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, transcurriendo su atareada vida sin grandes alteraciones importantes y aún dedicando con carácter anual capítulos de una obra inédita que jamás llego a publicarse denominada “Una historia de la Selección Nacional de fútbol” que empezó en 1968 y abandonaría en 1982. Es en esas fechas, ya metido en la cincuentena, cuando Don Félix se ve en medio de una encrucijada personal. De un lado su vinculación con el cine no era la misma que antaño producto de una serie de desengaños con el cariz social y político de lo que él hasta la fecha creía como doctrina y por otro, su carrera militar había llegado al fin de sus días por no proporcionarle la atracción necesaria para poder seguir desempeñándola. Tras divagar qué orientación dar a su vida, solicitó la baja de forma voluntaria en el Ejército y retomar una afición que durante mucho tiempo había dejado un tanto de lado o al menos, no le había dedicado el tiempo que requería: el fútbol.
El oficio como historiador
Martialay, profundamente católico y conservador de unos principios en los que creía firmemente, era hombre recto en sus decisiones y sus ideales, siendo para él todo blanco o todo negro, sin medianías ni puntos intermedios. Ilusionado de nuevo decidió desempolvar aquellos libros de historia futbolística que tenía almacenados para una mejor ocasión en su barnizada balda de estantería y con gran entusiasmo, como siempre hacía, empezó a pensar por dónde debía comenzar su recién estrenada labor. Su gran pasión por la historia del fútbol le llevó a leer multitud de libros de unos y otros autores e inteligente como era, pronto se apercibió que aquello iba a ser más complicado de lo que en principio creía. Empleando para sí mismo una frase del Papa italiano Juan XXIII que decía “cuando Dios no tenía corceles, hacía galopar a los burros”, cita que también me aplico, Don Félix además de leer sobre fútbol observó que en todo lo que leía siempre había claroscuros que dejaban un perceptible tufillo de falsedad o desmesurada grandilocuencia de los hechos que a menudo acababa desvirtuando lo que con pasión devoraba. Con gran dosis de trabajo, sacrificio e intuición, examinó y filtró miles de anotaciones y crónicas deduciendo que un noventa por cien de lo escrito eran refritos de otros libros en los cuales sus autores copiaban unos de otros limitándose a permutar algunas palabras y aplicando con desmesura su impronta literaria. Esto que él calificaba como infección, era en gran parte nociva para sus investigaciones o casi inservible de hecho, mientras otro cinco por cien concluyó que podían ser catalogados como terrorismo cultural al describir sucesos que nada tenían de parecido con la realidad, algo que le perturbaba. Lamentablemente, tan sólo el cinco por cien que restaba era aprovechable para su nuevo cometido por su corrección y transparencia, lo cual le hizo intuir que la historia del fútbol español precisaba de un lavado de cara muy profundo y que gran parte de lo que había era más paja que grano.
En búsqueda de los hechos
Fiel a sus principios, indagando entre sus conocidos Martialay se apercibió que en el mundo de los historiadores habían dos grandes corrientes modernas, una que el filósofo germano Friedrich Nietzsche resumía perfectamente al esbozar “no importan los hechos, sino los comentarios”, y una segunda defendida por el escritor británico de origen polaco, Joseph Conrad, que alegaba “no me importan los comentarios ni las cosas fuera de los hechos, sólo los hechos”. Estas corrientes modernas no eran sino la adaptación de dos tendencias que habían dividido al mundo clásico heleno, la defendida por el historiador Heródoto, quien como no había vivido en primera persona los hechos que describía recurría a lo que le contaban los testigos presentes, fiándose de ellos, y la defendida por Tucídides, quien se instruía buscando en los hechos o rastros de ellos y no en los presuntamente manipulados testimonios de los testigos.
Don Félix tras empaparse de unos y otros tomó postura y claramente declinó la balanza hacia Conrad y Tucídides, de quienes aprendió que no había que fiarse de nadie, menos aún de testimonios o testigos que tendían a tergiversar los hechos al mostrarse apasionados en sus comentarios y sí debía, en cambio, buscar los hechos en sí mismos con nombres y apellidos. Forjado ya en mil batallas y perdida la inocencia inicial tras impregnarse de filosofías varias, tendencias, corrientes, hechos, sucesos y comentarios, empezó un ambicioso e intenso plan cuya labor principal era la búsqueda de la verdad a través de hemerotecas y concertar entrevistas con todos los personajes y familiares de estos ya fallecidos que hubiesen a su alcance, cruzando opiniones y testimonios para después de tamizarlos poder conocer de primera mano y con la máxima precisión posible toda la historia que él demandaba para documentarse.
Una vez alcanzado este punto, empezó a escribir sus primeros libros basándose en todo lo que había aprendido y que bajo su prisma intelectual la conciencia le dictaba. De Martialay no cabía esperar que se inmiscuyese en los entresijos de la fundación de todas y cada una de las primeras sociedades de fútbol en España o de las que en multitud habían ido formándose a nivel regional y que posteriormente alcanzarían la cima competitiva en Segunda o Primera División, eso era materia reservada para otros especialistas, lo verdaderamente suyo y principal cometido era desvelar cómo se adaptaban los clubs a los reglamentos, cómo surgían estos y quienes y de qué manera los creaban, cómo afectaban a los jugadores y personas que vivían alrededor del fútbol y cómo se habían ido estos sucediendo desde que el fútbol alcanzó la madurez en España y se convirtió en todo un fenómeno de masas. Eso era lo suyo, el fútbol de élite.
De este modo fueron saliendo sus primeros trabajos como Real Federación Española de Fútbol. 75 aniversario. 1913-1988 (1988) en el cual Martialay habla de cómo la FECF ha de reformar sus estatutos para adaptarse a las necesidades de las Federaciones Territoriales, la dirección y supervisión de los Anuarios de la RFEF editados en 1989, 1990 y 1991, siendo este el último trabajo que en este sentido lanzó el máximo organismo y, a continuación, libros históricos que eran grandes compendios en los que se trataban asuntos y temas relacionados con los reglamentos y las actitudes que los jugadores o directivos tomaban respecto a estos, como La implantación del profesionalismo en el fútbol español y el nacimiento accidentado del torneo de Liga (1996) y Las grandes mentiras del fútbol español (1997).
Insignia de Oro de la RFEF
Luego vinieron una serie de libros dedicados a la Selección Nacional como fueron España en la Copa del Mundo (1998), España en la Eurocopa (2000) y ¡Amberes! Allí nació la furia española (2000), tras los cuales Don Félix hizo una pausa retomando en 2002 la Liga al escribir Aquellos domingos de gloria: 1939-1976. Todo este esfuerzo y dedicación en buscar las raíces de nuestro fútbol le llevó a ser considerado el mejor historiador de España obteniendo un reconocimiento por parte de la RFEF el 21 de diciembre de 2005 mediante un acto en el cual se le otorgó la insignia de oro de este organismo. No sería el último galardón y la Real Academia de la Historia tuvo a bien incluirle en su Diccionario Biográfico Español, reconocimientos que acompañaban al concedido en 2000 cuando fue nombrado miembro de la IFFHS, La Federación Internacional de Historiadores de Fútbol. Encumbrado en lo más alto, escribió sus últimos libros en 2006 y 2007 a los cuales les dio los títulos de Todo sobre la Selección Española y Todo sobre todas las Selecciones, dejando por concluir una magna obra sobre El fútbol en la guerra, no editada.
La figura de Félix Martialay alcanza más allá de su persona y su importancia como historiador ha sentado cátedra en muchos seguidores dando como resultado la formación de CIHEFE, el Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español, un organismo privado afiliado a la IFFHS del que fue vicepresidente y desde su fallecimiento presidente honorario. La falta de Don Félix es como cabía de esperar muy sensible y desde su marcha el hueco dejado muy grande, siendo la distancia entre él y el resto de sus herederos demasiado acentuada en todos los aspectos, la cual deja entrever un halo de preocupante y dudosa incertidumbre sobre las decisiones que puedan estos acometer en el futuro o que recientemente ya han tomado.
© Vicent Masià. Mayo 2011.