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titular HF Clubs equipos sociedades

por Vicent Masià

 

Desde que tenemos uso de razón muchísimas veces en medio de una conversación alguien con el cual no mantenemos demasiado contacto o es casi desconocido nos ha preguntado si la ocasión lo requiere, para trazar amistad o romper el hielo, aquello de qué equipo somos o cuál es nuestro equipo favorito, un recurso no sólo atribuible a estos casos en concreto sino también a nuestras más directas amistades e incluso a algunas de ellas que en tono sarcástico nos han recordado a nuestro equipo de toda la vida para jactarse de nosotros en tono amistoso con las mismas preguntas tras un hecho deportivo desafortunado de este. Se pueden contar a decenas e incluso a cientos. Sin embargo estas preguntas tan sencillas que construyen nuestros abuelos, parejas, conocidos o desconocidos e incluso nosotros mismos, a pesar de su aparente simpleza contienen una palabra, equipo, que no está bien empleada a nivel deportivo puesto que esta actividad tiene una jerga particular que define perfectamente qué es cada cosa y cuando ha de usarse.

El concepto de equipo

Todos hemos construido frases con la palabra equipo desde pequeños, refiriéndonos a uno de los grupos de la misma clase que disputábamos un partidillo en el recreo cuando íbamos al colegio, al que formábamos en la calle o en los patios tras salir de este, el que creábamos en el barrio para jugar con el de al lado o aquel en el que jugábamos ya de más mayores para competir contra quien fuese. Estos equipos o grupo de personas con los cuales disfrutábamos dándole patadas a un balón y marcando goles o desafortunadamente recibiéndolos, en realidad eran eso, un grupo formado como mínimo por tres personas (once en nuestro caso, a veces menos), unidos por un objetivo común: jugar al fútbol. Estos equipos infantiles los componíamos los amigos y compañeros del colegio, hasta en ocasiones se nos sumaba un primo lejano o un amiguete que iba a otro colegio pero que le daba a la pelota como los ángeles, todo con el afán de alcanzar una supremacía sobre el rival, falsa en ocasiones porque casi siempre este hacía lo mismo y acababa incorporando a algunos componentes que eran más “estrellas” que nuestros rutilantes fichajes. Los equipos formados para las circunstancias casi siempre terminaban desapareciendo o esfumándose tal cual eran creados, pero para nosotros mientras se mantenían en activo eran superimportantes y nos sentíamos muy identificados con ellos, como algo muy nuestro.

Este sentimiento de posesión – el equipo al que pertenezco y en el que juego es mi equipo -, cuando nos referimos al equipo de verdad, a ese que hemos visto desde nuestra infancia por la televisión y los más afortunados en directo causándonos tanta admiración que acaba por engancharnos definitivamente para siempre y al que aludimos cuando nos preguntan por él, lo solemos extrapolar íntegramente, sin fisuras, y de repente ese Athletic Club de Bilbao, Valencia C.F. ó Málaga C.F. al que rendimos culto es también nuestro equipo. Sin embargo esta interpretación tan en principio inocente no tiene ni punto de comparación a pesar de estar hablando de fútbol, porque en realidad estamos equiparando al mismo nivel dos mundos completamente diferentes, de un lado el de los equipos y de otro el de los clubs, niños con adultos, afición con profesión, calles, pistas de tierra o cemento con estadios, zapatillas deportivas con botas de fútbol de tacos de aluminio, calcetines con medias y sobre todo un mundo infantil en el cual el fútbol es un juego con un mundo profesional en el cual se mueve mucho dinero y muchos intereses.

Desde que el fútbol hizo aparición en España, infinitos han sido los equipos que ocasionalmente se han formado por uno u otro motivo para la disputa de encuentros amistosos o en ocasiones no tanto, pero ya desde los primeros años hubo una clara diferenciación entre equipos y clubs, dos conceptos distintos que acabarían definidos por las circunstancias de la época y por el propio carácter del ser humano. De procedencia británica, el fútbol entró en nuestro país por distintos caminos como eran los puertos marítimos, empresas siderúrgicas, de extracción de minerales e incluso comerciales, siendo practicado en origen por súbditos británicos que se reunían de vez en cuando para matar el ocio formando grupos de jugadores (teams ó equipos) que se enfrentaban entre sí, a los que posteriormente se unieron aborígenes que dejarían su impronta y recogerían el testigo de estos. Estos españoles que eran pioneros en estas lides y solían compaginar el trabajo con el ocio tomaron nota de las costumbres y tradiciones británicas en las que habían bebido y pronto sintieron la irresistible tentación de imitar o copiar literalmente todo lo que habían aprendido, siendo una de sus prioridades la creación de clubs, un paso adelante muy restringido y no suficientemente desarrollado en España a finales del s. XIX que en otras partes de Europa estaba implantado exitosamente con antelación.

La aparición de los clubs

Un club básicamente no es más que una asociación creada por un conjunto de asociados o socios para la consecución de fines deportivos, culturales, políticos, etc., sin ánimo de lucro y con gestión democrática, organizada y legalmente constituida, en nuestro caso para el fútbol. La no presencia de una connotación o término similar en nuestro diccionario en unión a la satisfacción que les provocaba el empleo de una palabra tan exclusivista y además les hacía considerase a sí mismos como más distinguidos, hizo que aquellos pioneros empleasen la palabra club para referirse, aparte del lugar de reunión donde se desarrollaban las actividades, al grupo en sí, de tal forma que antepusieron esta denominación a la de asociación, un término quizás mucho más apropiado para estos menesteres.

Los clubs desde su nacimiento marcaban una diferenciación notoria con los equipos puesto que tenían directiva, estatutos, libro de actas, un local donde reunirse y normalmente eran cotos cerrados a sus socios en los cuales el acceso era relativamente complicado en la mayoría de los casos, es decir, todo lo contrario a un equipo donde no había jerarquía, salvo la del más fuerte, ni testimonios, ni reglas, ni local donde cualquiera recibía la bienvenida del grupo si quería jugar y mostraba un mínimo de aptitudes. Ser club implicaba algo más, dado que la asociación está dotada de personalidad jurídica propia, es decir, desde el momento de su creación es una entidad distinta y ajena de los socios que la componen, tiene su propio patrimonio, en un principio normalmente aportado por los socios y del que puede disponer para perseguir los fines que se recogen en sus estatutos, además de las actividades convenidas en sus fines, actividades que podrían ser consideradas como empresariales, siempre y cuando el beneficio obtenido sea aplicado al fin principal de la entidad sin ánimo de lucro, una obligación que las diferencia de las sociedades mercantiles o civiles en el estricto sentido de la palabra, las cuales sí tienen la propiedad de repartir los beneficios entre sus socios.

Pero los clubs no tenían bastante con tener junta directiva y reunirse cada cierto tiempo, querían evolucionar como entidades y deseaban que algún organismo oficial del Estado reconociese sus fines y actividades a la par que existencia. Fue cuando surgió la idea de inscribirse en el registro de sociedades del Gobierno Civil haciendo constar su denominación y fines deportivos, una aventura que fue tomada como ejemplo por muchos clubs de igual o posterior creación y como norma poco después.

Estas asociaciones deportivas, una vez constituidas como tales e incluso antes de alcanzar este status, solían practicar asiduamente y en varias ocasiones a la semana encuentros entre sus miembros que eran observados atentamente por curiosos que se daban cita ante tales eventos deportivos. Pronto adquirieron popularidad y muchos de los observadores pasivos pasaron a ser parte activa de los clubs, incrementándose notablemente los miembros que estos tenían. Tal proliferación de socios con ganas de jugar al fútbol provocó que surgiesen varios equipos, que no clubs, dentro de las asociaciones, de modo que fueron agrupados y clasificados por sus capacidades con el uso del balón o bien por sus edades, surgiendo equipos A, B, C o D, algo muy similar a lo que ocurre hoy en día con las primeras plantillas, equipos B, C, juveniles, infantiles, etcétera, de las sociedades actuales. Estos equipos B, C o D que formaban parte del mismo club, solían en las décadas de los años diez y veinte del pasado siglo acompañar a la primera plantilla, o equipo A, a los encuentros que disputaba este frente a otros clubs, dándose la circunstancia de que en ocasiones incluso lo hacían por separado sin la presencia del equipo más representativo. De estos equipos salieron jugadores que se asociaron en otros clubs o bien constituyeron los suyos propios, incrementándose en los años treinta el número de estos en comparación con apenas un par de décadas antes.

HF Clubs equipos sociedades 1

Tras la Guerra Civil la situación cambió respecto a los clubs y la escasez de mimbres durante la posguerra repercutió en las plantillas de estos quienes vieron ampliamente reducidos sus planteles. Esta situación provocó que se recurriera a convenios de vinculación con otros clubs, otra forma de asociación entre clubs, de la misma localidad o próximas a las de los clubs principalmente afectados para poder nutrirse de jugadores apetecibles por su progresión y precio, surgiendo los filiales, asociaciones también dotadas con personalidad jurídica propia e independientes del vinculante que en algunos casos determinados acabaron casi incorporándose a la estructura de estos, un recurso amparado por la RFEF que fue mantenido sin interrupción durante muchísimas temporadas hasta 1992, fecha clave en el devenir de la asociaciones deportivas de primer orden.

La profesionalización de las primeras divisiones y un sistema que daba inequívocos síntomas de ser arcaico hizo que el Gobierno, a través del CSD, diese el paso mediante Real Decreto en 1991 a que las asociaciones deportivas de carácter profesional se transformasen en Sociedades Anónimas Deportivas, un acto que supuso el fin de la figura de los filiales a nivel de élite y la incorporación de estos a la estructura de las asociaciones deportivas con los cuales permanecían vinculados. El desarrollo de esta ley se llevó a cabo con carácter obligatorio, sin excepciones, entre mediados de 1991 y el 31 de diciembre de 1992, fecha límite desde la cual los filiales afectados pasaron a ser uno más de los distintos equipos con los cuales contaban los clubs profesionales, los hoy denominados equipos “B”. De este modo, la RFEF cuenta desde 1992 con dos clases de asociados entre sus miembros, las asociaciones deportivas tradicionales desde que el fútbol adquirió protagonismo en nuestro país y las más recientes sociedades anónimas deportivas, con connotaciones mercantiles, dos posibilidades reconocidas que reciben el mismo trato y consideración de club, sin diferencias, por parte del máximo ente federativo.

Por nuestra humilde parte esperamos y deseamos que este artículo haya sido del interés del lector y que al menos los conceptos que afrontamos en el titular queden un poco más claros.

© Vicent Masià. Mayo 2011.

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